Las divide De Villena en nueve círculos conforme avanza el tiempo, desde una infancia idílica para Arturo y frustrante para Margarita, indicándonos, acaso, un descenso a los infiernos dantescos, espectadores ambos personajes de un deterioro social progresivo que se manifiesta en él, hijo de familia acomodada, en un gradual disgusto por una sociedad a la que ve pudrirse desde dentro, y en ella, hija de trabajadores, en un ascenso político y su correspondiente emporcamiento en la corrupción.
El asunto estriba en que me hace disfrutar a mí y, seguro, a todo posible lector. Si este ama a Granada y la ha galanteado como él hace, mejor. Pocos libros se han escrito tan poéticos como este, con palabras arrobadas de amor y rencor por esta ciudad. Y se han escrito pocos porque es difícil amar tanto.
El ritmo estrófico, la melodía de la rima y una buena dosis de ternura y humor, son ingredientes que atrapan a los lectores y los hacen empatizar con la protagonista en el empeño de lograr su sueño.
Más allá de lo pintoresco de los diferentes relatos, donde se asiste al fenómeno zombi o al canibalismo, cada uno de ellos establece las causas de una realidad dominada por la miseria, la desigualdad, la moral represiva impuesta por los europeos.
En este libro, hermano suyo de otro muy anterior: “Mis paseos con Chica”, el narrador muestra la amenidad y la sencillez de un clásico y una perfecta simbiosis de cultura francesa y española, así como un humanismo profundo con inquietud por todos los seres humanos, por los animales y por la naturaleza en general.
La sinopsis ya nos sitúa en ese territorio oscuro tan querido por los lectores: el padre Abraham Van Helsing, anciano jesuita que sobrevivió a los campos de exterminio nazis, rescata el fondo documental de su abuelo, un teólogo de fama. Con ellos construye el recorrido ancestral de su familia, empujada hacia la fatalidad en la lucha incesante con una persona que para esquivar la muerte se convirtió en un demonio.
Una novela que se lee con una fluidez exquisita y, aunque el lector siente a veces que lo que ocurre tiene visos de inverosimilitud, la realidad que vivimos, y que nos ha superado intelectual, técnica, científica y logísticamente nos ha superado; y, sin embargo, aquí estamos: impávidos y arrobados sin saber qué hacer.
Sur es una magnífica novela, llena de brillo y de tensión.
La última y riquísima aportación a este debate, es la realizada por el profesor de la Universidad de Málaga, Francisco Morales Lomas (Jaén, 1960). Bajo el título de “El hilo de Ariadna”, subtitulado “Literatura y crítica contemporáneas”, aporta 696 páginas de ejercicio de teoría literaria de muy apreciable nivel intelectual.
Muchos de los poemas van precedidos por unos versos que en no pocas ocasiones son los que han inspirado o impulsado la escritura. Entre tales influencias resaltaría, además de Valente, Jorge Luis Borges, Cavafis y Rafael Ballesteros, entre otros, si bien en realidad “es imposible citarlos a todos”. Esto nos conduce a la idea de la literatura como palimpsesto, es decir, nadie escribe desde la nada, sino antes bien escribimos y reescribimos bajo las huellas de las diferentes tradiciones que confluyen en el tiempo y que nosotros, con perseverante esfuerzo y suerte, podemos apropiarnos.
En el aspecto puramente formal destaca en la escritura de José Antonio Fernández la perfección formal y rítmica, bajo una inusitada profusión de versos heptasílabos, endecasílabos y alejandrinos que confieren al texto una armoniosa y equilibrada cadencia, la eufonía necesaria con que acompañar a la voz poética.
Soad al Kuwari es una consolidada poeta catarí, con un amplio recorrido lírico que se inicia en el año 2020 con el poemario “No era mi alma” y que hasta la actualidad ha hecho entrega de siete textos. “La hija del desierto” es un libro que había visto la luz en el año 2001 pero que ahora lo hace para el público de habla hispana tras la magnífica traducción llevada a cabo por el escritor y traductor marroquí, Mohamed Ahmed Bennis.
Experta Doctora en Crítica y Artes Modernas; la profesora Touria Majdouline sabe bien lo que se trae entre manos, es el dominio de la palabra su especialidad y con ella nos hace saber recreándonos largamente en la MEMORIA DEL CORAZÓN: “Y así estoy, / tropezando con los recuerdos / en la puerta del límite supremo.” (p.27)
En el poema El tránsito de los déspotas en este mismo apartado, es una llamada a la sensación de angustia que provoca la egolatría. Ególatras hay muchos y la autora consciente de ello trata de desnudar con palabras esa falsa apariencia de estos personajes que declinan las conductas hacia caminos imprevisibles.
No es difícil darse cuenta que la obra poética de Cervera hunde sus raíces en fuentes clásicas -de corte helénico, sin descuidar otras más remotas y más cercanas-, y lo hace con una visión de futuro que no se les escapará a los lectores atentos que se alleguen a estos poemas, donde oirán entrelíneas algunas notas de esas “canciones de un mundo nuevo / por doquier” (22).
La humildad necesaria para comprender el asunto está en este “elogio” (en esta “eulogy”) del poeta, quien se propone dar con “el nombre puro de las cosas”, en un silencio aprendido más del Oriente que de la otra dirección, una pureza que no se refiere, evidentemente, a aquella pretendida de la vieja poesía pura.