Madre
José María Sánchez Aranda
Averso Poesía (2025)
Por Ramón Martínez

José María Sánchez Aranda no es un poeta al uso, ya que su imaginario poético no puede, ni debe entenderse sin tener en cuenta su lenguaje pictórico.
El autor de Siempre o de Ensoñaciones ha logrado crear un corpus poético sui generis, instalado en los cromatismos de una pintura donde los trazos se convierten a su vez en versos.
Pero, ¿dónde comienza el poeta? ¿Dónde la palabra se transfigura en imagen? Estas preguntas configuran la realidad vital de un creador total, capaz de eliminar las fronteras entre el lenguaje articulado y la pincelada rasgada y herida por la espátula.
Sus poemas son retazos de vida, fotografías o instantáneas tamizadas por este “pintor de poemas”.
Precisamente, Pintor de poemas es el título de una de las composiciones que configuran el bloque tercero, Efímeros momentos perennes, sirviendo de clausura a un poemario tan bien estructurado como sincero.
Aranda es eso y mucho más. Su pluma tiene la fuerza y el desgarro del pincel. En ella, la luz y las formas se besan, creando ilusiones a través de vivos pigmentos, donde las palabras/colores/poemas se convierten en cuadros, capaces de inmortalizar sentimientos y momentos rotos por el discurrir de la vida.
La poesía no entiende de normas ridículamente humanas, como el poeta se encarga de hacernos ver en el segundo de los bloques de su poemario. La poesía, como la pintura, le confiere la libertad de poder mirar al cielo, aunque sea con la sonrisa rota, pero con el abrazo eterno.
Nada es lo que parece y todo es lo que pensamos en esta suerte de equilibrio entre quien se siente zarandeado por las inclemencias de la vida y quien conoce y comprende que, al final, amanece siempre.
La vida, como la poesía o la pintura, es capaz de atisbar la esperanza entre las nubes grises y el olor a tierra mojada. El poeta deberá decidir cómo afrontar su lucha, si entregarse a la triste derrota o dejarse seducir por la luz que brilla y la brisa que reconforta, en este septiembre que amanece.
Así es Madre, como se puede deducir de este recorrido inverso por un poemario con dos itinerarios de lectura. El lógico, lineal y cronológico se ve así enriquecido por esta doble lectura, donde Tu cabeza sobre la mía es, por tanto, un Poema Prólogo y, a la vez, Epílogo.
Aranda consigue de este modo convertir la poesía en retazos de vida, hacer de la madre un símbolo de la alegría.
El poeta es un hombre con ojos de niño. Ya no hay miedos y si los hay, estos se diluyen mientras las esperanzas se agrandan en aquella calle donde se posaba la gaviota.
La vida puede y debe ponerse al servicio de la poesía. Aranda lo sabe mejor que nadie. Ahora, en los márgenes de la palabra, en las fronteras de la pintura, todo es posible. El poeta puede seguir siendo un niño, ajeno al frío del invierno y pleno de sueños de grandeza.
Allí, con la cabeza de la madre sobre los hombros, la vida, transmutada en poesía, convertida en pintura, será por siempre un refugio.