Y eso convierte la vida cotidiana en el infierno de la lucha entre el yo íntimo (el ser) y el yo social (el aparentar ser).
Es este libro un puente que traza la autora con ese futuro— expectante— que decíamos y con el pasado, que vamos abandonando entre nostalgia, alegría y tristeza a un mismo tiempo
deja entrever en sus versos esa condición asombrada sin la cual no puede tener lugar un análisis de la verdadera profundidad de la existencia, “por debajo del nivel freático”, en palabras del propio Margarit.
Así, el amarillo nos llevará hasta el “trigo maduro”, el calor de la época estival y a ese “queso gigante” que llamamos sol.
Nadie mejor que un abuelo para dar la respuesta oportuna a las preguntas inquietas de un niño, esas que se proyectan una detrás de otra con los ojos bien abiertos y los oídos atentos.
Y pienso que se equivocaba de plano, él o el mundo de los críticos, porque consecutivamente obtendría con ella el XXVII Premio de Poesía Jaime Gil de Biedma y el XXIV Premio Andalucía de la Crítica en la modalidad de poesía. ¡Qué duda cabe! El mundo está cambiando.
se escuchan los ecos de Calderón (“Oh, inhóspito de mí”), Bécquer (“¡Qué solos y qué tristes y qué amargos los mortales!”), Rubén Darío (“¡Ay, cuánta juventud!”), Antonio Machado (“Todo es pasar, pasar”).
Gálvez siente predilección por los poemas breves y los versos cortos, como si pretendiera aunar en un flash íntimo la emoción y el pensamiento.
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