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QUIEN SABE DEL DOLOR, TODO LO SABE

Por José Sarria

Fernando Valverde,

Desgracia

Visor, Madrid, 2022

Una investigación publicada en la revista ‘Neurolmage’ señala que el cerebro está programado para no pensar en el dolor ni en la muerte, protegiendo al yo de la amenaza existencial. Y, aunque sería insoportable una sustantividad anclada en la angustia de la herida, es bien cierto que afrontar el hecho de su presencia, conlleva un proceso de crecimiento personal indudable: la constatación humanista y comprensiva de que por más naufragios que experimentemos, estos pueden ser una oportunidad para dejar pasar la luz a nuestro interior, tal y como intuyó Keats: “¿No ves cuán necesario es un mundo de dolores y problemas para educar nuestra Inteligencia y convertirla en Alma?”.  

Y es esto lo que va a encontrar el lector en “Desgracia”, del poeta Fernando Valverde. En sus poemas no habita el entendimiento sino la revelación. Es aquí donde acampa el testimonio de un escritor que ha hecho de su sangre voz, es aquí donde la poesía alcanza su verdadera dimensión: ser y materia del milagro, del encuentro con el misterio, altar donde transgrede su condición de género y evoluciona a vía de acceso, cuando el lenguaje se transforma en llama y deja de ser mero espejo. Valverde ha izado un gallardete intensamente connotativo al servicio del bien moral y lo hace poniendo nombre a la desgracia: “Puedes contar mi pena./ Es todo cuanto tengo”.

Caín transita por sus versos con su metáfora de siglos junto al “espejo que vio la pena de la madre”, Elizabeth Siddal toma la mano de Beatriz Portinari, mientras “la lluvia suena en las entrañas” de Dante: amor y traición; Ofelia, a cuyo “encuentro solo acude el agua”, es ahora la metáfora de lo arrebatado como la piel rota del viejo elefante cuya muerte alegoriza el acendrado amor materno “cruzando un laberinto”.

“Desgracia” es un poemario doliente pero sin sombras. Es la presencia intacta de lo arrebatado, un estandarte contra la conformidad en un mundo donde mentir, robar o matar se han convertido en actos tolerados y casi legítimos. Una hialina propuesta del amor frente al dolor y la esperanza frente al miedo: “por eso escribo estas palabras tristes,/ para alcanzar tus ojos y salvarme,/ para que abras los brazos/ cuando no quede nada que abrazar”. “Desgracia” no es una mera crónica de la infamia y su oscuro tósigo, sino una mirada fundante que crece y magnifica en la depurada meditación antes que en la afirmación o el testimonio. Es el “llanto blanco de las gaviotas” con el que expulsar todo el mar, su agonía y su veneno, corolario de uno de los poetas más imprescindibles de su generación y que con esta entrega demuestra haber alcanzado aquello que dijera Dante: “Quien sabe del dolor, todo lo sabe”.