Por Remedios Sánchez
Luis Antonio de Villena
Las caídas de Alejandría. Memorias
Valencia, Pretextos, 2019
Poeta, novelista, ensayista o traductor (el escritor total, que dijera Umbral), a Luis Antonio de Villena muchos lo conocen especialmente como el crítico literario más sagaz y oportuno de los últimos treinta años en los que ha tenido la rara habilidad de pronosticar el devenir de la poesía española en obras esenciales como Postnovísimos (1986) o los imprescindibles La lógica de Orfeo (2003) y La inteligencia y el hacha (2010). Eso no resta importancia a su propia obra poética, inaugurada con Sublime solárium (1971) al hilo de los Novísimos y compuesta por una veintena de poemarios en los que perfecciona un culturalismo neoplatónico (evidencia un hondo conocimiento de la tradición clásica), con un lenguaje cuidado e intimista, cargado de símbolos, siempre en la búsqueda de la belleza, la sensorialidad, la pasión o lo sublime frente a la fugacidad de la vida.
Y en esa misma línea están sus memorias, compuestas por tres volúmenes; ‘El fin de los palacios de invierno’ (2015), ‘Dorados días de sol y noche’ (2017) y esta tercera parte, de título afortunado, ‘Las caídas de Alejandría’ (2019). Desde el principio se evidencia su desencanto vital vinculado de manera muy directa a la ausencia de la figura de su madre, a la percepción clara de una sociedad (“Edad Media tecnológica” la denomina con acierto) cada vez más aculturalista, más vulgarizada y sobre todo, más individualista. De Villena se queja de los políticos, del bajón del nivel cultural, de una educación en permanente fracaso, de la inmadurez de los poetas nuevos (“Tiempo de bárbaros, tiempo de terrible miseria, sin estudios nobles, sin humanidades, sin educación”, p. 57)…y tiene razón. La sociedad contemporánea ha naufragado estrepitosamente y se ha confundido valor con precio en un contexto de ignaros. Para un erudito hedonista como L. A. d. V. este tiempo tiene mucho de desencanto e incluso de frustración por lo que pudo ser y no fue, de tiempo irremediablemente ido e irrecuperable. Hay en su voz un tinte claro de nostalgia mientras entrelaza vida y literatura, anécdotas con otros colegas escritores de España y Latinoamérica y peripecias sexuales (tal vez en exceso, para mí gusto) en las que tampoco pierde ese tono lírico que caracteriza al De Villena más auténtico. Por eso, tal vez, se justifiquen. Sus vivencias, su personal visión de la literatura desde los setenta a hoy lo convierten en un testigo de excepción de momentos trascendentales, en una voz irreverente pero autorizada. En un poeta sólido con una memoria ágil (selectivamente punzante, incluso, con determinados “olvidos”) que ejerce de refugio donde cobijarse cuando hace tanto frío fuera. Precisamente por eso, es de los pocos libros de 2019 que no hay que perderse.