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EL REALISMO MEDITATIVO DE JOSÉ INFANTE

José Infante ha elevado una colosal elegía del recuerdo, crónica más connotativa que notarial, con la que invocar el milagro de la eternidad presente, de la totalidad, desde la fragilidad de lo que conocemos, de lo vivido, de lo experimentado: “Mi voz interior dice, es difícil abdicar / de la belleza, renunciar para siempre / a la hermosura”.

Por José Sarria

José Infante

Solo queda una sombra

Madrid, Huerga y Fierro Editores, 2019

“Solo queda una sombra” es un texto de abisal reflexión existencial; un poemario que va desgranando la evolución de la caída y que recuerda a aquel hermoso poemario póstumo, “La tarde”, del injustamente olvidado poeta cordobés, Juan Rejano. Realismo meditativo lo ha llamado Luis Antonio de Villena.

El poeta propone, desde una meditación encendida, la aceptación final del significado más franco de la existencia, que no es otra cosa que llegar al nítido convencimiento de que estamos abocados a la muerte y al olvido, y que el único pulso real, preciso y verdadero es el de la vida, a pesar de la decadencia que impone, inexorable, el paso del tiempo.

José Infante ha elevado una colosal elegía del recuerdo, crónica más connotativa que notarial, con la que invocar el milagro de la eternidad presente, de la totalidad, desde la fragilidad de lo que conocemos, de lo vivido, de lo experimentado: “Mi voz interior dice, es difícil abdicar / de la belleza, renunciar para siempre / a la hermosura”.

Escrito desde la madurez, que a veces se representa como ocaso del momento, la poesía se convierte en redentora, en salvadora de aquellas otras palabras que siempre acompañaron al poeta, desde “hace más de 40 años: muerte, tiempo, melancolía, desgracia, soledad, desesperación o desasosiego”. Hilvanado con el sabor doliente de quien ha sufrido la pérdida de amores, lugares, amigos o “casas sucesivas”, en esa travesía hacia lejanas islas doradas aún por descubrir, el poemario acompaña al poeta como un canto al tiempo sucedido, al paso de las horas sumergidas. La decadencia, concebida como pugna entre la vida y la muerte, pasea por la Serenissima Venecia, evocando las primeras pasiones o conduce hasta “la figura senescente de Elvis, sin vida, solo, en el suelo de su cuarto de baño en Memphis”. Y, al fondo, silente, sigilosa, la sombra, esa umbría compañera que le ha acompañado siempre y que se constituye en elemento axial del texto: aceptación de nuestra sustancia o admisión de nuestra débil condición.

Frente a todo ello, la esperanza, esa serenidad que el poeta ha ido buscando a lo largo de toda su vida: la luz que iluminara las sombras. Una  canción que va brotando, cadente, melódica, desde el espacio en blanco de la memoria y que acabará por construir un poemario armónico y pleno de significado acerca del sentido de la vida, desde el rescate de “las cosas que importaron / y que nos hacen perdurables”.

La mirada interior y la memoria son el recurso de José Infante para estancar el tiempo y dar paso al prodigio de la inmortalidad, gracias a la resurrección que abrigan las palabras, tal y como enseñó Jaroslav Seifert: “recordar es la única manera de detener el tiempo”.