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LAS NIÑAS SIEMPRE DICEN LA VERDAD

“Es difícil matar, practicar sexo, / desenvainar espadas con los labios pintados / y llegar justo a tiempo para poner / la mesa”.

Por José Sarria

Rosa Berbel

Las niñas siempre dicen la verdad

Madrid, Hiperión, 2018

Según Paul Auster: “El cometido de la poesía es contemplar el mundo con otros ojos, volver a examinar y descubrir las cosas frente a las que todo el mundo pasa de largo sin darse cuenta”. Es el caso del poemario “Las niñas siempre dicen la verdad”, de la jovencísima poeta sevillana, Rosa Berbel, quien ya, desde el primero de los poemas con que inaugura el libro, nos advierte de la fugacidad del tiempo vivido y de la necesidad de volver a “los lugares antiguos de la infancia”, para atrapar el instante infinito que habita en ellos, detenerlo y recuperar la llama que pervive en el corazón de sus ascuas.

Ver, pero con otra mirada, observar el universo y sus estancias desde esa terraza en la que la infancia se contempla como un dorado verano y, desde ahí, interpretar el mundo venidero con sus expectativas, fracasos y contradicciones, a través del tamiz de los ojos de una mujer que con una voz ajena al calco, a la huella, singularmente genuina “indaga con madurez y solvencia en diversos tiempos de vida de mujeres, a la vez que pone en cuestión el discurso dominante de la tradición poética”, según ha destacado el jurado que le concedió, por esta obra, el XXI Premio de Poesía Joven “Antonio Carvajal”.

Escribe nuestra poeta que en Delfos “inventaban el futuro / nunca lo anticiparon …/… siempre, sin ninguna excepción / la imagen crea el acontecimiento”. Y así, desde sus transparentes versos se alumbra el misterio, se observa esa invocación por un futuro luminoso del que la autora solo posee algunos mapas repletos de intuiciones más que de certezas: indagación sobre lo contingente, para convertirlo en preceptivo, siguiendo la estela de Tabarovsky.

Y desde allí, valiente y audaz, con un lenguaje claro y preciso, eleva una bandera fértil, exuberante, con la que interpelar sobre asuntos y materias inusuales en el espacio poético: el trabajo precario, la maternidad o una generación desalentada: “Es difícil matar, practicar sexo, / desenvainar espadas con los labios pintados / y llegar justo a tiempo para poner / la mesa”.

Pero, entre los escombros de los paraísos perdidos se vislumbran ciudades áureas, repletas de belleza y ternura: “sé que hay lugares / en los que basta solo una palabra / para encender el fuego”. Ahí es donde su poesía alcanza a pronunciar lo verdaderamente sublime, por efecto de aquella ley de lo inversamente proporcional: cuanto más bajo es el tono, tanto más alto es el efecto.

Rosa Berbel ha elaborado un poemario de calidad excepcional y sorprendente fuerza poética; nada que ver con esa suerte de escritura enguayabada, melosa y acaramelada que nos inunda como pretendida parte de la contemporaneidad lírica. Nunca una ópera prima albergó tantas esperanzas.