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UN PODEROSO DIARIO LÍRICO

Gálvez siente predilección por los poemas breves y los versos cortos, como si pretendiera aunar en un flash íntimo la emoción y el pensamiento.

Por Manuel Gahete

Francisco Gálvez
Los rostros del personaje (Poesía 1994-2016)
Madrid, Pretextos, 2018

Como la vida que nos unce, el hecho de la creación poética está marcado por el proteico azar más que por el valor fiable que lo origina y lo sustenta. Sabemos de la existencia de determinados autores que impactan con la publicación de un celebrado primer libro aunque más tarde se vayan diluyendo como el copo de nieve tras la mínima luz; y otros que persisten ocultos en la penumbra soportando los rigores más fragosos pero indemnes, perviviendo en lo oculto porque están forjados de la materia del silencio, fértil e incombustible. Comparando las obras de unos y otros, advertimos el desafuero que conduce a consagrar textos friables privando a otros de un plausible reconocimiento. La trayectoria poética del cordobés Francisco Gálvez es, con mucho, una de las más sólidas del panorama contemporáneo cordobés y, sin embargo, como observa el prologuista Vicente Luis Mora, su conocimiento es exiguo y su difusión insignificante frente al modelo icónico que germina y se destruye casi en el mismo instante. Los rostros del personaje es la segunda compilación poética de Gálvez (la primera la publicaba Huerga & Fierro en 1998 con el título Una visión de lo transitorio) y en ella se integran El hilo roto. Poemas del contestador automático (2001), El paseante (2005), Asuntos internos (2006), la segunda edición de Tránsito (2008) y El oro fundido (2015). Se incluye esta segunda edición de Tránsito por considerarla Gálvez enlace entre dos periodos de escritura. Gálvez siente predilección por los poemas breves y los versos cortos, como si pretendiera aunar en un flash íntimo la emoción y el pensamiento. En El oro fundido, sin embargo, nos sorprende con textos a modo de versículos, discursos entreverados de verso y prosa o explícitos poemas en prosa. La mirada del poeta –siempre calidoscópica– ha trascendido, superando sus propios límites, creando un espacio alternativo donde probablemente transcurran las nuevas aportaciones del poeta. Gálvez se mueve en el agua cristalina de las palabras donde se trasparenta la oscuridad del misterio. Lo cotidiano se convierte en crisol de lo desconocido y las luces son como fulgores rotos en el estertor de las sombras: “(…) el hombre (…) / (…) se aferra a imposibles: / tiempo, lugares, amores, / y convierte en perpetuo lo fugaz, / sin pensar que lo efímero / es lo estable y permanente”. El lancinante paso del tiempo, la cuita de la incomunicación, el resquemor de la soledad que nos envuelve y el deseo de recobrar lo que dejamos cuando ya se ha perdido van marcando un poderoso diario lírico que nos obliga a reflexionar sobre lo que somos, a dolernos de lo que no hemos sido.