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PRÓLOGO LOS PERFILES DEL FRÍO

Cuando un libro habita en nuestras manos, se convierte en un instante de celebración y de alegría porque nos convertimos en protagonistas del hecho que ha contribuido, a lo largo de los siglos, a constituirnos como especie, a hacernos más humanos y mejores personas.

Por José Sarria

LOS PERFILES DEL FRÍO

Inmaculada García Haro

Valraparaíso Ediciones (Granada, 2022)

La cultura es la herramienta con la que posibilitar una civilización en continuo avance; supone el conjunto de procesos humanizadores, la miscelánea de conocimientos, de saberes que habilitan a la mujer y al hombre para convertirse en un ser apto para reflexionar, para cuestionar y para tener capacidad crítica propia, alejado de su animalidad primigenia. En definitiva, hacer de la mujer y del hombre un ser libre. Es ¡tan necesario en estos tiempos reivindicar la característica fundamental de la cultura!: ilustración, iluminación, orientación, guía, inspiración, en definitiva, aportar luz, para ir construyendo una sociedad en continua evolución.

Hoy, que el mundo se precipita, de nuevo, hacia un futuro incierto, es preciso que rescatemos el amor por la cultura y su soporte: los libros, como el antídoto que necesita nuestra sociedad contemporánea frente al derrumbe moral global que se nos viene encima, tal y como afirmara Voltaire: “Todo el mundo conocido, con excepción de las naciones salvajes, es gobernado por los libros”. También, Federico García Lorca señalaba esta misma senda, en el discurso que pronunciaba en Fuentevaqueros, en el año 1931, con motivo de la inauguración de la biblioteca de su pueblo natal: “No solo de pan vive el hombre. Yo, si tuviera hambre y estuviera desvalido en la calle no pediría un pan; sino que pediría medio pan y un libro”.

Por ello, asistir al nacimiento de un nuevo libro, es un acto de amor y de esperanza. Cuando un libro habita en nuestras manos, se convierte en un instante de celebración y de alegría porque nos convertimos en protagonistas del hecho que ha contribuido, a lo largo de los siglos, a constituirnos como especie, a hacernos más humanos y mejores personas.

Y este es el milagro al que nos convoca Inmaculada García Haro, con la entrega de su más reciente poemario “Los perfiles del frío”; un texto donde el lector va a encontrar una armoniosa simbiosis entre los dos elementos básicos de todo buen libro de poemas: fondo y forma.

Aventurarse a descubrir, a descifrar, “Los perfiles del frío” es allanarse, desde la arquitectura de un poemario bien construido, a la sensación doliente de quien ha emprendido una aventura: la de la búsqueda, bajo la influencia visionaria que proporciona la hermosa iconografía que se sustenta en la cosmogonía de las experiencias vitales, que sirven como testera de un conjunto de poemas que nos revelarán el sendero de la indagación, de la caída, del fracaso, así como de la ansiada resurrección.

“Los perfiles del frío” ha sido constituido por su autora desde cuatro ángulos: Poda de invierno, Tocata y fuga, Extraño viaje y Palabra y tiempo; cuatro partes, cuatro visiones que consolidan un discurso unitario (a pesar de sus cuatro velocidades) con arquitecturas diferentes, desde donde la poeta construye una declaración doliente del desamparo, del abatimiento o de la consternación, sustentado en el poder vivificador de la memoria y de la esperanza: “Pero cabe la posibilidad de revelarse / de no responder a la cronología / inventando un tiempo propio / un continuo presente / que responde al secreto de los inmortales. / Ellos desobedecen al guionista”.

Aquí va a encontrar el lector un conjunto de veintisiete espléndidos poemas que desgranan, como si se tratara de un caleidoscopio imaginario, una especie de bitácora fragmentada en palabras para recomponer, a través de la memoria, el hilván de los momentos de toda una vida, la visión de aquellos instantes que han ido conformando el paso de los días y la impresión que estos han sellado en la retina de la autora, para hacer de ellos testimonio universal desde el alambique de la palabra: las relaciones amorosas con sus victorias o pérdidas por la calle “Precipicio”, la evolución del exilio interior, Latakia y la perspectiva de determinados acontecimientos sociales, el clamor de la memoria o los recuerdos y la huella de la infancia de aquella niña que decía adiós sin que nadie mirase. Y, de nuevo, el sello profundo del laurel, alzando el vuelo, libre, triunfal, soberano, trazando la cartografía de las promesas y la utopía: “vendrán poetas que encenderán antorchas”.

Con un lenguaje asequible (decía Albert Camus que “los que escriben con claridad tienen lectores; los que escriben oscuramente tienen comentaristas”), luminoso y transparente, García Haro edifica una propuesta lírica intensa, a la vez que profunda y reflexiva: “la palabra en el tiempo permanece / y rescata al poeta de las sombras”.

El recuerdo, la memoria, es el recurso posible en donde el tiempo se estanca para dar paso al prodigio de la inmortalidad, gracias a la resurrección que se esconde en las palabras, haciendo aporte de una propuesta introspectiva significada, pero no de manera arbitraria, ni al margen de la consecución de un objetivo concreto, sino al servicio de la conquista de un horizonte que establece la escritora, desde la decidida vocación por contribuir a la constitución de una nueva educación de la subjetividad, una nueva educación sentimental que acompañe al hombre en este tiempo y en donde se recuperen palabras y valores tan subversivos como amor, libertad, belleza, solidaridad, pasión, etc. que contribuyen al establecimiento sentimental del ser, no dejando al hombre huérfano y sin perspectivas, tal y como decía Flaubert:  “Escribir es una manera de vivir”.

En definitiva, “Los perfiles del frío” se eleva como tabernáculo desde donde brota la alfaguara vital de la poeta, el alminar de una poeta en marcha que reflexiona sobre diferentes campos de las relaciones humanas, interpelando a la mujer, al hombre y a sus circunstancias; en definitiva, un decidido compromiso con su tiempo y con su momento, en un mundo en donde, como ha dicho Zygmunt Bauman: “todas las ideas de felicidad acaban en una tienda”.

Este es, sin duda, un gran poemario, un texto a celebrar en la indubitada trayectoria lírica de Inmaculada García Haro que la consolida como una autora fértil y luminosa; pero, además, es una extraordinaria celebración, porque todo libro es un milagro, dovela imprescindible en la constitución de lo que somos y seremos.