Por Ana Herrera
La irreductible naturaleza de ser libres. La huerta de las utopías.
Manuel Mellado González
Editorial Punto Rojo (Almería, 2021)
Son muchos los años en que vengo conociendo a Manuel Mellado, como compañero en el arduo camino de la educación y como amigo en el complejo camino de la vida. En mi trayecto literario, también él estaba ahí. Por eso, hoy aprovecho para manifestarle mi gratitud. Cuando comencé la lectura de esta novela sabía que estaba ante unas páginas de verdadera calidad intelectual y humana. De hecho, el primer capítulo se abre con un tema difícil de abordar por la dolorosa problemática que enfrentan los seres humanos que, con independencia de su cultura, lugar de nacimiento o situación económica, se ven en la necesidad de llevar a sus mayores a las residencias de ancianos. Los dos títulos que engloban esta obra corresponden a la propia ambientación en dos mundos paralelos construidos con el intervalo de un siglo.
“La huerta de las utopías, se fundó después de sufrir un proceso de resistencia, lucha y sufrimiento, de persecución y opresión durante muchos años en los que intentaron hacerlos renegar de sus ideales”. Este es un párrafo fundamental para entender el porqué de un lugar donde hombres y mujeres desgastados por la edad se resisten a perder sus sueños. El marco temporal creado para la ambientación de la novela en este espacio concreto, La huerta de las utopías, corresponde a una época del futuro, el año 2031. Se trata de una fundación creada con fondos corporativos en el pueblo de Villalajas que a su vez construye un hogar para ancianos. Los miembros del comité organizador se plantean las actuaciones a seguir para continuar con un proyecto que nació de los ideales de sus bisabuelos tras los primeros años de la posguerra, y que ahora como herederos directos se ven en la responsabilidad de proteger y reconstruir tras la devastación de la residencia por un terrible incendio. Será la historia de sus bisabuelos, contada a través de la técnica narrativa del flashback, las que rellenen las páginas de ese otro mundo paralelo, donde la novela aparece ambientada en los últimos días de la República, del levantamiento militar del 18 de julio del 36, de la Guerra Civil y de la posguerra. Claudia y Marcos son dos personajes que deambulan entre las circunstancias peligrosas del comienzo de la contienda. Él, un obrero anarquista imbuido de fuertes ideas revolucionarias; ella, una enfermera, estudiante de medicina, educada en la cuna de la burguesía. Aunque provienen de mundos diferentes, el amor los une en la causa libertaria. Se presenta en estas líneas el caos político, social, religioso e ideológico al que se enfrenta la sociedad española a las puertas del conflicto bélico, analizado con una visión de total objetividad en el tratamiento de los hechos, lugares geográficos, personajes históricos y organizaciones políticas del momento, pero con la pasión desenfrenada de los protagonistas nacidos del mundo de la ficción. Claramente definidas aparecen las personalidades del joven Marcos, arrastrado en sus anhelos de justicia y libertad, y de la joven Claudia, atrapada en la contradicción de dos estatus sociales diferentes, aquel de donde viene y aquel hacia donde la encaminan sus pasos. A medida que voy pasando hojas, mi memoria se detiene en aquellos días de conversación con los mayores de mi tierra en la búsqueda de anécdotas para otra novela, Hasta que los muertos lleguen al cielo, donde gracias al recuerdo de los que vivieron aquella dolorosa etapa de la historia, personajes de la intrahistoria, como Unamuno solía decir, pude narrar sus testimonios asentados en la más fría memoria de miedo, miseria y desolación para los pueblos de España; sin embargo, no exentos de esperanza. Son las experiencias vividas al límite las que producen una transformación radical de los personajes presentados en el libro que comentamos. Es así como Claudia, tras saber que está embarazada, asume su embarazo con total madurez y responsabilidad, mientras que su compañero, pese a su ánimo exaltado y su furor, se ve incapaz de abordarlo. El patrón machista se manifiesta nuevamente cuando el varón, mentor de las teorías del amor libre, se muestra intolerante ante la posibilidad de esta práctica por su joven compañera. Las contradicciones de la vida marcan de nuevo la evolución del personaje femenino expuesto a situaciones extremas.
El texto relatado en tercera persona por un narrador omnisciente, objetivo y preciso, se alterna con la narración subjetiva en primera persona, más conmovedora ante el lector, cuando el personaje femenino rememora los recuerdos de su adolescencia y primera juventud nutridos de una educación patriarcal totalmente aburguesada. El diálogo en estilo directo es otro de los recursos técnicos utilizados por el autor para aportar dinamismo y fluidez a la lectura, para acercarse a unos lectores ansiosos por formar parte de estas circunstancias y convertirse en interlocutores activos de su charla, para imaginar las escenas presentadas como si de un gran teatro se tratara. Los detalles de la vida cotidiana aparecen pintados con un realismo severo, así ocurre en la presentación del joven Narcis que, en plena adolescencia, entre amoríos y encuentro del despertar sexual, se convierte en líder de la lucha antifascista. Es en estos capítulos del libro donde el enfrentamiento entre patronal y jornaleros del campo andaluz se describe también con total fidelidad. Narciso (el casero), su hijo Narcis y don Leopoldo (el marqués) se convierten en protagonistas indiscutibles de la representación del caciquismo en las tierras andaluzas. La colectivización de los bienes del terrateniente se ve frustrada por la llegada de la guerra que dibujará el paisaje con las columnas de los refugiados en su huida a lugares más seguros. Para completar el valor de la narración, no podemos obviar su índole literaria y la riqueza de un léxico diverso y contundente usado con suma propiedad, que palpita como la espuma en este fragmento de innegable belleza: “Recostado sobre una roca, al filo del tajo, dejó su mente volar por la ladera de la sierra donde cientos de cortijos y una docena de pueblos tachonan el paisaje de blanco, entre el verde de las vides, los olivos y los frutales. Los paseros, como libros en blanco, jalonan las construcciones con sus cuadrangulares superficies inclinadas. Al fondo, el mar con el azul desvaído por la neblina y, a las espaldas, las majestuosas moles de las sierras de Tejeda y Almijara”. Las sierras, las costas, los cortijos, los pueblos y el paisaje de Andalucía definen el marco espacial de lo narrado.
Junto a la gran cantidad de personajes secundarios que crea el escritor, destacan ahora Aurora y Orencio, dos jóvenes casaderos, que protagonizan los acontecimientos principales en el pueblo de Villalajas ‒un espacio imaginario‒ nada más comenzar la hostilidad. El proceso revolucionario de las izquierdas sigue su curso, no ajeno al miedo que produce la idea de la invasión por parte de los rebeldes nacionales. Las historias de los diversos personajes se van sucediendo y retomando de manera alternada. En el clima creado por la República las asociaciones de mujeres libres y las teorías revolucionarias del amor libre cobran una gran fuerza. Acaecido el hecho de la toma del lugar, los actos de encarcelamiento, reclutamientos bajo amenazas ‒el caso de Orencio‒, torturas y asesinatos por parte de los falangistas y de la Guardia Civil se presentan con total dureza. Las actuaciones de los militares republicanos (Hijos de la noche), de las guerrillas en los montes, de las brigadas internacionales que acudieron en ayuda de la República es de notable importancia ahora para contrarrestar los movimientos fascistas fuertemente apoyados en alemanes e italianos. En la vorágine de la guerra el individuo asume con naturalidad el desorden de su propia conducta liberando su conciencia de cualquier prejuicio moral, incluso ante el crimen más horrendo, que llega a justificar como un acto de justicia, es el caso del joven Narcis ‒en adelante, Narciso, protagonista indiscutible de esta obra‒. Asimismo, las relaciones sexuales, presentes en cualquier momento y lugar, aparecen como un aderezo de miel que endulza las desdichas vividas y llena de vigor la naturaleza humana.
La causa ecologista y de protección del medio ambiente es otro de los pilares firmes de esta novela, lo cual no es de extrañar si conocemos al autor y sabemos de la prioridad de sus objetivos educacionales durante su etapa de profesor y en el desempeño de sus tareas directivas. La confusión social presente en ese otro mundo paralelo, La huerta de las utopías, se produce ahora en la rivalidad entre los defensores del planeta y las grandes multinacionales ansiosas de poder, tras las cuales se esconden los más horrendos crímenes, encubiertos por las llamas de un incendio o por mil terribles formas de seducción, como la ejercida ante Claudia por el tentador CEO de la empresa. El orden colectivo, el equilibrio y la paz mundial, fuera del tiempo y del espacio, se muestran, por tanto, en un continuo peligro. He aquí los grandes temas de esta novela, que me llevan a reiterar las premisas de intelectualidad y humanidad que emanan del carácter firme, pero generoso de Manuel Mellado.
El ejército nacional avanza a medida que retroceden los republicanos. En la batalla del Ebro, una de las más largas y sangrientas a la vez que decisiva para la victoria del fascismo, la inquietud y el miedo se apoderan de los soldados atrapados en el trance del conflicto. Para Orencio y Aurora son días de ansiedad y reencuentro cuando el joven es trasladado al hospital y posteriormente a casa para curar sus heridas de guerra. Entretanto, el grueso de la gente se aferra a la superstición para fortalecer su confianza. Comienzan a caer las regiones, comienza la etapa del exilio, de los campos de concentración, de los fusilamientos masivos, de la represión en las ciudades de España: “Empezaba una nueva página en la historia del país, una página salida de la violencia, del odio y ahora tocaba la venganza”.
Tras el final de la contienda, nacen fuertes lazos de convivencia, basados en las relaciones laborales, entre Orencio, Aurora y Claudia, que ha sido recluida por su familia en la villa de Villalajas para su reeducación por el Régimen. Mientras las guerrillas continúan en los montes y sierras de los alrededores ‒donde Narciso prosigue con su lucha incansable, secundándolas desde la majada cercana‒, el pueblo de Villalajas se convierte en un lugar de culto del franquismo, alentado por la Iglesia, la Falange, la Sección Femenina, el Auxilio Social, y las mil y una caras de la exhibición fascista. Así pues, este pequeño lugar de ambientación rural, encarna a partir de ahora la realidad de la gente de España, de norte a sur y de este a oeste. Las denuncias, abusos, palizas y dispares formas de atropello conviven con el esfuerzo cotidiano de los poderosos para reestablecer su poder, su economía y su rutina. La influencia del clero en la vida diaria es patente y visible. Es evidente el protagonismo de Claudia y Aurora, de cuya amistad, respeto y confianza surgen temas fundamentales de conversación sobre el amor libre y su poder para cambiar el orden mundial de las relaciones humanas analizado en contraposición con la autoridad que representa el orden familiar. Una cuestión vital en sus diálogos es la contradicción presente entre el anarquismo como movimiento defensor del oprimido y del pobre, y del que es simpatizante Aurora, y su fuerte convicción religiosa, fruto de su educación católica tradicional. En cambio, para Claudia, educada en los mismos principios, la religión se cubre de rechazo desde que abriga los ideales de izquierda. Asuntos como la homosexualidad también se convierten en motivo de exclusión en este nuevo clima social.
En medio de las encarnizadas luchas con las guerrillas, las anécdotas sobre el secuestro de Orencio, el nacimiento del hijo de Elvira y Narciso y el encuentro de este con Claudia ayudan a entender la complicada convivencia de aquellos días entre los bandos opuestos creados por la sangrienta lucha. Al inicio de la década de los cuarenta, la hambruna y el miedo siguen apoderándose de la población española, aprisionada entre el estraperlo y las cartillas de racionamiento, al tiempo que las oleadas del éxito fascista ‒representado ahora en las victorias del ejército alemán en la desolada Europa‒ sacuden las entrañas del continente. Junto a este desorden desolador, la vida diaria sigue su curso. Las relaciones amorosas y sexuales alimentan la rutina de los protagonistas imbuidos ahora por la práctica del amor libre que avanza como un torbellino cargado de sorpresas y emociones diferentes envolviendo de pasión y deseo las manos de Aurora y Claudia, de esta última con Narciso y Orencio y de Diego con Elvira. La aceptación de esta nueva realidad amorosa choca fuertemente con los valores y principios tradicionales inculcados en el seno de la educación familiar. Sin embargo, los personajes llegan al control de sus emociones con total naturalidad. La colectivización de alimentos para ser repartidos de forma solidaria entre los más necesitados es un hecho que surge de las mentes más subversivas y revolucionarias del pueblo de Villalajas, que engloba a los protagonistas ya conocidos, pero que termina ejecutándose con la intromisión de las asociaciones religiosas que lo convierten en acto de caridad dentro del mandato de la sociedad dictatorial. De espaldas al Régimen, la ilusión por recuperar los ideales y la libertad perdida sigue amamantando el pecho de las guerrillas como quien se aferra al último aliento de vida, orientando su esperanza hacia las naciones aliadas contra Hitler, en la unificación de las partidas para crear un ejército guerrillero y en las noticias alentadoras que traspasan las ondas de la Pirenaica. El papel de Narciso como enlace con los guerrilleros sigue siendo crucial. Es el momento para algunos de partir hacia el exilio a través de Orán y Francia. Para otros, de superar la rutina del simple impulso de sobrevivir en un intento desesperado por vivir. De esta manera, durante el viaje de Claudia a Madrid con sus amigos, Aurora, Orencio y Narciso, se renuevan sus esperanzas de un mundo mejor. Los cuatro deciden regresar al pueblo y elevar su futuro en La huerta de las utopías. Años después de su fundación, sus herederos se enfrentan a otro tipo de guerrillas. Los Guerrilleros del Ciberespacio se unirán por la libertad, la democracia, la solidaridad y la justicia en el mundo contra aquellos que pretenden controlar las mentes y manipular a los seres humanos. Ahora esa es su causa.
Aproximándonos al final de este comentario, hay que añadir que las técnicas narrativas, comentadas al principio, se mantienen en toda la obra, si bien los diálogos cobran fuerza y vigor a lo largo de los diferentes capítulos y se cubren con enérgicas argumentaciones y narraciones motivadoras. Los pasajes narrativos alojan descripciones bellísimas. También los personajes se fortalecen y afirman en su personalidad e ideas. Si reunimos estas características junto a la riqueza de contenidos que se abordan, y de los que hemos dado cuenta, podemos afirmar con total seguridad que estamos ante una obra excelsa.
Para concluir quisiera citar unas palabras del insigne escritor Antoine de Saint-Exupéry: “Si queremos un mundo de paz y de justicia hay que poner decididamente la inteligencia al servicio del amor”. Y es así porque el amor que nace en lo más cercano se extiende a lo más lejano, y cubre las paredes de nuestra casa, de nuestra calle, de nuestro pueblo, de nuestro mundo. Felicidades a mi querido y admirado amigo, Manuel Mellado, por volar sobre sus sueños y alcanzarlos, escribir una gran novela.