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EROS Y THÁNATOS

Sí, un alma joven que, a su vez ha recorrido una enorme Geografía, título del que, a mi parecer, es uno de los mejores poemas de esta entrega lírica, donde el poeta abona la tierra fértil de la poesía sin límite: “Esta es la tierra del dolor, la tierra / donde las raíces son puñales ciegos, /  y la piedra helada / donde el agua cabalga sin reposo.”.

Por Inmaculada García Haro

ESCALA DE ENSUEÑO

Albert Torés

 (Edit. Cabaret Voltaire. La Habana, 2022)

   Escala de ensueño (Edit. Cabaret Voltaire. La Habana, 2022) es una edición revisada de un poemario escrito en 1982 aún inédito. Albert Torés refleja en estos versos el pulso vital de sus años estudiantiles en los que, inevitablemente, aparece cierta preocupación social, con la oportuna carga de ironía y el juego conceptual que, en cierto modo, es la semilla de su sello personal como poeta, labor que le llevó a obtener el Premio Andalucía de la Crítica en el 2000 y, entre otras destacadas actividades en el ámbito de la cultura, a dirigir la Revista Literaria Canente.

La primera de las siete partes que conforman la obra que nos ocupa, nos muestra tres poemas  en los que nos habla del alma y el cuerpo del vino, bajo el mismo título del poemario, Escala de ensueño, precisamente una frase de otro amante de la buena letra y del buen beber, don Antonio Machado que afirmaba en estos versos: “Yo escucho lo áureos consejos del vino, / que el vino es a veces escala de ensueño”.

   Con este preludio  nos “abre boca” para saborear un poemario de altura y garra que traslada y contagia una pasión telúrica. En el poema Cuerpo del vino, con estrofas de tres versos endecasílabos blancos, nos lanza llamaradas que trascienden el propio ámbito culinario: “En la oscuridad se forja el vino, / y busca entre racimos una herida / por la que asomar su olor a sangre”. En Alma del vino aumenta el número de versos a cuatro y, en este caso, utiliza versos alejandrinos blancos en los que asoman ciertas fórmulas surrealistas: “Pájaro cuyas alas también se multiplican, / y van de la orilla del camino, de la sombra, / a la altura ronca de un vacío campanario / donde el vino vuela en forma de campana”.

    De la segunda parte, Objeto de arpa, hay que destacar el poema que lleva su nombre donde enumera, bajo su prisma anárquico e irreverente, pero impregnado de deseo por la justicia social, todos los sujetos y circunstancias que pueden ser potenciales temáticas para la poesía : “..Sabed que aquí dejo esta arpa para que la cojáis / y abandonéis las sanciones de que seáis objeto”. Es la poesía como salvación y liberación, incluso de los corsés temáticos a los que ha estado sometida. En este orden de cosas, tal y como hiciera Rafael Morales en su famoso Cántico doloroso al cubo de la basura[1], Torés dedica un magnífico poema a la Colada, un tema banal pero que, mediante el ejercicio poético es elevado al olimpo de la lírica: “..una mano vacía y fraterna, / la sonrisa de las bufandas, / el entreabierto llanto de una camisa / con su olor a arrugas y lejía”. En esta misma tónica encontramos poemas como Alimento, en el que personaliza una fruta dotándola de atributos humanos, fabulando con sus cualidades. “ Una simple manzana tiene el corazón / ácido y humano: Guarda jugos y raíces en sus pómulos, una piel amarilla / como el lomo de una estepa, un esqueleto / fortificado con ébano /en medio de su sabrosa anatomía”.

   Como afirma Ángel Valente:

En el momento de la creación poética lo único dado es la experiencia en su particular unicidad (objeto específico del poeta). El poeta no opera sobre un conocimiento previo del material de la experiencia, sino que ese conocimiento se produce en el mismo proceso creador y es, a mi modo de ver, el elemento en que consiste primariamente lo que llamamos creación poética. El instrumento a través del cual el conocimiento de un determinado material de experiencia se produce en el proceso de la creación es el poema mismo. Quiero decir que el poeta conoce la zona de realidad sobre la que el poema se erige al darle forma poética: el acto de su expresión es el acto de su conocimiento[2].

   En este mismo apartado aparece el poema La importancia de llamarse Albert que, inevitablemente, nos hace recordar ese impresionante conjunto de versos que Ángel González agrupó bajo el nombre: Para que yo me llame Ángel González.

   La alerta del clima, el agua, la pasión amorosa, la ausencia y la muerte, salpican con su temática diversa el resto del poemario. Eros y Thanatos pugnan con la misma fuerza: la pasión se encuentra con el duelo, la muerte despierta con inventarios de fábulas iniciales y un Himno Total derrama la fiereza de un alma joven: “Hombre al que los ojos despiden ácidos fecundos, /mitad entre la sal y entre la sangre, / al que los puños buscan por sí solos / cinturas donde descargar su furia / y ágiles hombros / que soporten su respiración de hierro.”.

   Sí, un alma joven que, a su vez ha recorrido una enorme Geografía, título del que, a mi parecer, es uno de los mejores poemas de esta entrega lírica, donde el poeta abona la tierra fértil de la poesía sin límite: “Esta es la tierra del dolor, la tierra / donde las raíces son puñales ciegos, /  y la piedra helada / donde el agua cabalga sin reposo.”.

   Y el Himno final es su propia muerte, otra muerte más de las que inunda a esta Escala de ensueño, donde el duelo es la sombra que subyace y al que dedica un único apartado, Región de la ceniza que se hermana conuna de las dos o tres cimas soberanas de la poesía castellana, las Coplas de Jorge Manrique.

   Albert engrandece su nombre en un solo poema, se vanagloria de su juventud y vigor pero la muerte siempre asoma: “Y es que yo soy siempre el último / en saberlo todo, y al ver el zapato, al ver así la puerta y ver así el camino, / pienso en Albert y lloro, me echo / la mano al pecho a ver si vive todavía”.

   Larga vida a Albert, a su Escala de ensueño y a su palabra.


[1] N. de la A.: Albert Torés obtuvo en 2016 el premio de poesía Rafael Morales.

[2] Valente, A. Conocimiento y comunicación