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EN LA PIEL DEL VERSO

Poema a poema, vertebrados sobre esta estructura de contrarios, Aurora Gámez nos va descubriendo el hallazgo de la escritura (“Prendida por el verso”); la solidaridad con los desheredados (“Elocuencia íntima”); la formación del pensamiento crítico a través del estudio, la reflexión y la lectura (“Rotulado silencio”); los espejismos de la educación: “No hay pecado / solo vida que pasa / sin salvación” (“Paisaje onírico”); el despertar al mundo entre la soledad y el silencio (“Mis venas tan abiertas”) y la convicción de la búsqueda y la lucha para vencer la adversidad  (“Más allá del silencio”).

Por Manuel Gahete

AURORA GÁMEZ ENRÍQUEZ

En la piel del verso

Barcelona, Stonberg Editorial, 2021

La obra de Aurora Gámez se caracteriza por estar empapada de la emoción de la vida y poseer una flagrante fuerza interior, capaz de percibir y abrir rumbos amplios por muy estrechos que sean los cauces donde transite la existencia. Así la nueva obra de Aurora, En la piel del verso, se abre con una elocuente dedicatoria de tintes confesionales, pero hondamente emotiva, producto de una severa reflexión sobre sí misma y el reconocimiento, no siempre gratuito, pero sí fruitivo, de lo que consideramos forja de la personalidad: “A mis amigas de la infancia. A mis educadoras. A las personas que me aprecian y cuentan conmigo a pesar de todos mis defectos”. La educación en el convento de monjas se convierte en vector capital de la experiencia, marcando el eje diacrónico donde confluyen las presencias reales y las mitomanías próximas a toda razón humana; vértices que construyen el edificio, no siempre explicable ni inteligible, de la creación en cualquiera de sus manifestaciones. La alianza poderosa entre el metro clásico de la lira, trasladada de la poesía italiana por Garcilaso de la Vega y tan irrepetiblemente transcrita por el místico Juan de Yepes, y los haikus introductores, que contrastan vivamente, crean un vínculo que aspira, como todo arte, al acercamiento de tradiciones exógenas o alejadas en un tándem conciliador y efectivo donde las distancias se diluyen y se potencia el poder universal de la palabra. Aurora nos conduce por derroteros que no, por explorados, merman el caudal metafórico del símbolo arquetípico: el refugio de la infancia y la elegía inexorable del paso del tiempo. Un renovado tópico, el del tempus fugit (que se asocia inexorablemente al carpe diem), trasparece taxativo como vivenciación de lo que somos y lo que finalmente seremos. Poema a poema, vertebrados sobre esta estructura de contrarios, Aurora Gámez nos va descubriendo el hallazgo de la escritura (“Prendida por el verso”); la solidaridad con los desheredados (“Elocuencia íntima”); la formación del pensamiento crítico a través del estudio, la reflexión y la lectura (“Rotulado silencio”); los espejismos de la educación: “No hay pecado / solo vida que pasa / sin salvación” (“Paisaje onírico”); el despertar al mundo entre la soledad y el silencio (“Mis venas tan abiertas”) y la convicción de la búsqueda y la lucha para vencer la adversidad  (“Más allá del silencio”). Siempre atenta a sus preocupaciones vitales, Aurora Gámez inicia un proceso de interiorización y compromiso que es, en definitiva, lo que dará sentido a su experiencia poética, el leitmotiv de una opción privativa donde se incardina un sentir inopinado pero iluminativo que incide directamente en el crisol de la identidad.