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DESTRUYENDO LA HISTORIA ESTABLECIDA

Castro destruye los cimientos de la historia establecida construyendo un nuevo sujeto frente al objeto deshumanizado del progreso material.

Por José Cabrera Martos

Olalla Castro

 Bajo la luz, el cepo

Madrid, Hiperión, 2018

Con ‘Bajo la luz, el cepo’, último poemario editado por Olalla Castro (Granada, 1979) y galardonado con el Premio Antonio Machado en Baeza, asistimos a la desconstrucción del establishment desde el título: «El cepo»inmoviliza al reo o al animal deslumbrado «bajo la luz» del ‘Posmodernismo o la lógica cultural del capitalismo avanzado’ (Jameson). Con tal fin Castro desentierra las zonas ocultas entre 1845 y 1869, los pilares del triunfo definitivo del capitalismo falocrático con la revolución industrial, el comienzo de la doble explotación femenina trabajadora-madre-esposa, la consolidación de los Estados Nacionales y el colonialismo. Simultáneamente, se publicaba ‘El manifiesto comunista’ (1848), fuente de su poética como tacto azul del hacha atravesando el espacio de la seguridad y la certeza.

El conjunto se conforma mediante cuatro autobiografías líricas unidas por el dolor y la muerte y disgregadas por todo el orbe: La primera constata, de un lado, la imposible huida femenina de un matrimonio concertado -cosificación y ámbito privado- enrolada vestida de hombre en la aciaga expedición británica de Franklin por el Ártico para encontrar nuevas rutas comerciales con Asia; y, de otro lado, el absurdo del hombre blanco por conquistar/controlar la naturaleza, frente a la original integración de los inuit o los amerindios de la segunda sección, ‘Por la ruta de Siskiyou’, que deja paso, tras la luz ártica, blanca y gélida, a la luz dorada de la fiebre del oro californiano narrada por un niño, representación de la extrañeza ante el absurdo económico como motor humano y la sensación grupal de búsqueda inútil y artificial: «Después dormiremos abrazados a un rifle, / preservando esta nada que trajimos.» La agresión masculina alcanza su algidez en el sanatorio mental de ‘Las histéricas de La Salpêtrière’, tercera sección, bajo la dirección de Charcot (1862), creador sistémico de la histeria como arma para recluir a ‘La loca del desván’ (Gilbeert y Gubar). La última parte, ‘La leprosería de la Isla Molokai’, muestra el miedo a la otredad y el rechazo a los emigrantes chinos en las plantaciones hawaianas confinados en Molokai tras culpabilizarlos de una epidemia de lepra.

Castro destruye los cimientos de la historia establecida construyendo un nuevo sujeto frente al objeto deshumanizado del progreso material. Su obra explicita un dolor genealógico heredado expandiendo un rizoma abierto al feminismo, la lucha de clases y la descolonización. Frente al escepticismo cínico, nos propone un recorrido por la apariencia del glaciar que mata de frío, el oro que deslumbra y envilece, la blanca sala tras la descarga eléctrica de la locura creada, y la luz marítima esplendente frente a la lepra. Poesía necesaria como margen y desobediencia ante los discursos establecidos y los artefactos engalanados del poder que nos inmovilizan y asesinan.