Por Manuel Francisco Reina
Miguel Ruiz Montañez
La sangre de Colón
HarperCollins Ibérica, 2020
Ocurre, de vez en cuando, que la literatura se adelanta a la vida. Mucho se ha escrito sobre ello y, sin querer entrar en niveles esotéricos, a veces los creadores aventuran en sus páginas realidades que aun no han sucedido, más que en su ficción, y acaban materializándose. Esto pasa con la novela de Miguel Ruiz Montañez, La sangre de Colón. Una novela que juega con los espacios y los tiempos, y que cuando salió, a finales del año pasado, preconizó en varias semanas-teniendo en cuenta que se había escrito más de un año antes-, los sucesos que convirtieron los parques estadounidenses en territorios de malentendida revancha histórica, con la decapitación y destrucción de estatuas del descubridor y otras figuras de la conquista de América. Álvaro, el protagonista de la historia, es un personaje a caballo entre el vividor y el perfil de animal televisivo, que trata de recobrar su vieja gloria y su matrimonio a través de un azaroso hallazgo. Un retrato encontrado bajo los repintes de un cuadro, de Cristóbal Colón, del que, aún hoy, no se conoce su verdadero rostro. La presentación del hallazgo coincide con la voladura con explosivos de una estatua del Descubridor en Columbus Circle, en Nueva York, durante la presentación oficial del retrato. ¿Les suena? Pues nada de esto estaba en las noticias, ni en los titulares, cuando esta historia se imprimió y se puso a disposición de los lectores.
Ruiz Montáñez es un escritor más que solvente, preocupado por el idioma y el cuidado del texto y la trama, y que no se empreña en la fórmula del bestseller, sino en cuajar una buena historia. Un gran novelista que gusta de tejer buenas historias, bien escritas. Simple y fundamental. Todo esto a pesar de haber logrado, con una de sus primeras novelas, La Tumba de Colón, con la que tiene que ver esta nueva narración, un éxito de ventas, no sólo en nuestro país, sino fuera de él y en otras lenguas, incluido el inglés en EEUU. Una novela híbrida, entre la más rabiosa contemporaneidad, una nueva versión de la narración histórica, y mucho de Thriller. Magníficamente escrita, de deliciosa lectura, no rehúye, tampoco, una visión crítica de la situación de América y las consecuencias de la conquista española, en la que las culpas, más bien las responsabilidades, están justamente repartidas entre los conquistadores y sus excesos, y los que no han sabido gestionar los traumas y problemas de la independencia, influenciados por un discurso yankee de lo antiespañol, que es también su patrimonio y su herencia, por un encubierto imperialismo cultural anglosajón. Texto más que recomendable y apetecible, en tiempos de libertades de saldo y sin reflexiones.