Por Manuel Gahete
Juana Castro
Antes que el tiempo fuera
Madrid, Hiperión, 2018
Juana Castro es más que un nombre. Con su obra y su vida ha conseguido erigirse en broquel de bravura, en emblema de rebeldía, en símbolo de incesante reivindicación. Paulatinamente pero con infatigable tenacidad ha sabido adunar tensión poética y compromiso estético, el precioso tándem de fondo y forma cuya armonía es tan ardua. Antes que el tiempo fuera nos remite indefectiblemente al título Antes que el tiempo acabe, de Pablo García Baena, con el que la unía una amistad gozosa. En esta obra, XXV Premio de Poesía Ciudad de Córdoba Ricardo Molina, Juana conforma una tesis donde se conjugan fragilidad y vejez bajo la forma del Amaltheus, fósil de un cefalópodo gigante que debió existir cuando los océanos ocupaban el espacio, hoy abierto, habitado por sierras y valles. Castro alienta ese fragor antiguo de las tradiciones que no lograron nunca someterla, avivada por el deseo desnudo de la libertad y la igualdad, sin ánimo de anegar lo devastado, encendida en la urgencia de mostrar que el silencio no es el mejor aliado para vivir, proclamando la luz aunque sumida como un faro en la boca del lobo. Porque Juana escribe para despertar lo dormido, aunque duela el recuerdo, con humilde firmeza, aventando sin ruido las pavesas oscuras de la congoja. Su voluntad es firme. A través del lenguaje, a veces roto por el braquistiquio (“Fue en un baile // al terminar la guerra. / Ellos // regresaban gallardos, / todavía en los ojos // la apostura real del uniforme. // Ellas // estrenaban primores y sonrisa // después de tantas lágrimas. / Y juntos // festejaban el fin de los cadáveres.”), a veces espoleado por la ausencia de signos (“Llenar cuencos / la tarde / la sartén. // Comer platos / viandas / refrigerios / soles // rebosantes / alcuzas”), los vocablos adquieren expresivas potencialidades, destellos luminosos que se concentran y a la vez restallan sobre el paisaje rural y sostenido de la ancestral consuetud. Porque Castro sigue preguntándose e inquiriéndonos acerca de esta trama que nos unce y apenas nos deja desasirnos de la atadura de nuestra corporeidad. Vocativos e interrogaciones retóricas cunden sobre el papel herido para remover la opaca apatía que nos contagia: “Reír, Sara, reír, puedes reír cuanto quieras, / el milagro es contigo, / tú / libre / en el encinar de Mambré”. Juana Castro, de la que bien sabemos que es mucho más que un nombre, no ha perdido un ápice de su identidad. En este émbolo imparable de la vida ella conoce bien el valor de la palabra y su dolor: “¿Cuánto, pero tú sabes cuánto / cuesta alumbrar un verso?”.