Por Fuensanta Martín Quero
Al final del paisaje
Alicia Aza
Valparaíso Ediciones, 2021
Existen libros que sencillamente gustan y otros que, además, traspasan la piel cuando se leen. Al final del paisaje, de la poeta madrileña Alicia Aza, es uno de ellos. Se trata de un libro pleno de bellas imágenes en las que destaca un predominio de elementos de la naturaleza y con el que su autora nos vuelve a sorprender con su exquisita mirada lírica. Las seis partes que lo componen vienen introducidas por una prosa poética, que son seis textos de carácter reflexivo iniciados cada uno con pensamientos racionales a partir de los cuales se traza un camino hacia la indagación personal mediante un lenguaje poético hábil y seductor que juega con los significados y con los significantes a modo de malabarismos expresivos. Los poemas que suceden a cada prosa poética se caracterizan por una ausencia casi completa de lo anecdótico y se centran en dejar pasar las emociones a través de magníficas imágenes y metáforas con versos que traslucen la autenticidad con la que se escribe y en los que también tiene cabida la sensualidad, expresada con tal sutileza que el efecto que produce es una amplificación de la misma.
En sus composiciones encontramos un sujeto poético que se adentra en la búsqueda de la definición de los límites del mismo, porque, como dijo Octavio Paz en El arco y la lira: «el poema nos revela lo que somos y nos invita a ser eso que somos». La indagación personal se realiza a través del recibimiento consciente de lo bello como actitud de vida («Sin cultivar nada sucede. Aprehender la belleza es cultivar. Es el equilibrio en un punto violento. Savia que recorre el tallo de la flor y mantiene la espina a la correcta distancia», p. 13), del silencio interior («En el silencio no existe el miedo. Cerrar la puerta es libertad y luego la música», p. 14), de la palabra y la poesía («La poesía es un volcán y el poema es la lava solidificada en el sueño», p. 14, o «Escribo para alejarme de mí. El poema me borra. El verso diluye el ser», p. 37), y también de la disolución de los límites del pensamiento («Esculpo el no pensamiento», p. 14, «Borrar las fronteras de mi vida construidas por mí misma o por los otros», p. 27). Esa disgregación de los límites del pensamiento conduce a un punto de partida para el reencuentro del sujeto poético consigo mismo en el sentido expresado por el autor mexicano en la obra citada: “por la imaginación –sin la cual es inconcebible el conocimiento– podemos salir de nosotros mismos, ir más allá de nosotros al encuentro de nosotros. (…) Así, la creación poética es ejercicio de nuestra libertad”. Y es respuesta, en el sentido concebido por María Zambrano en cuyo ensayo Filosofía y poesía dijo que «la poesía es encuentro, don, hallazgo, por gracia». Un hallazgo que el lector o lectora hará suyo tras la lectura de estas bellas composiciones de Alicia Aza.
Lo sensitivo coexiste con lo racional en un paisaje interior en el que conviven las emociones relativas a la ausencia, la nostalgia, el amor, el desamor, la desesperanza («Como yegua que para rehusando el salto,/la esperanza detiene su andadura», p. 41), la importancia de la memoria frente al olvido y la muerte, pero también como medio para la definición de una identidad que parte del pasado y de la infancia en la que constituye «asombro del primer paisaje descubierto» (p. 58). Desde el amor o la ausencia, la sensualidad recupera instantes vivificantes reflejados en más de un verso de este espléndido libro. Asimismo, la mujer aflora en los poemas en sus diversas dimensiones: como ser reflexivo, pensante, que camina en la indagación a través de la palabra poética hasta arribar a un paisaje propio; pero también como mujer que siente, que ama o que añora, que desea, que palpa la distancia o que se reafirma («Hoy el viaje soy yo,/camino por jardines florecidos/donde los astros moran/en el olvido de las danzas», p. 63); y como madre, porque, como expresa en el bellísimo poema «Pájaros» dedicado a sus hijos y que cierra el libro: «El silencio nutre mis labios./Devuelven vuestras voces/la vida a mis entrañas» (p. 80).
Cada verso es un universo en este libro, es música, porque lo que lo hace así, además del ritmo cadencioso de sus composiciones, es esa autenticidad de lo que se dice en ellos a través de recursos estilísticos que no interrumpen la espontaneidad de lo puramente emocional. Una eclosión de emociones irrumpe en sus poemas sin perder el hilo conductor de lo reflexivo, imbricándose entre sí de manera armónica en consonancia con la bella imagen de la portada (óleo de Carlos León) en la que las formas y los colores sugieren esa misma eclosión y una profundidad que, tal vez, sea ese paisaje descrito-no descrito en cada poema. De esta forma, la autora se sumerge entre los versos del libro en los que parece deslizarse y en los que la emoción (también la indagación subjetiva) se traslada sin esfuerzo al lector o lectora mediante una rica expresividad, musical en su fondo y en su forma, que demuestra la gran destreza en la utilización del lenguaje poético de Alicia Aza. Es Al final del paisaje reflejo de ese talento propio de una poeta de altura, y un libro que deleita desde el principio para goce de los amantes de la poesía.