Por Miguel Arnas Coronado
Annie Ernaux
Perderse
Madrid (Cabaret Voltaire, 2021)
¿Se confunden el deseo y el amor? Muy a menudo. Uno puede existir sin el otro, pero el otro no puede existir sin el uno. Ernaux escribió un diario, al parecer sobre las relaciones amorosas o eróticas que mantuvo con un ruso más joven que ella, allá por los años 87-88 y 89. No es seguro: en ocasiones el lector puede ponerlo en duda y no creer a la autora que asegura no haber tocado una coma de aquel escrito, intuyendo que esto es una autobiografía novelada escrita como otras obras de la autora, años después de que el asunto sucediera, eso sí, dándole forma de diario y no solo por fechar religiosamente las entradas. En esas relaciones incluye también el desamor, la progresiva separación y consecuente olvido o superación de la urgencia de ver al amado.
Hasta aquí, habitual. Annie Ernaux ha escrito siempre eso que se llama autoficción, es decir, autobiografía apenas disimulada. También en esta novela lo hace. Pero es una forma descarnada de narrar. A mí me recuerda al también francés Louis Ferdinand Céline, aunque sin la mala sombra de aquel filonazi, con su distanciamiento, su falta total de sentimentalidad, desmintiendo, mal que solo sea en este caso, esa diferencia teóricamente tan clara entre la literatura masculina y la femenina. Solo existe la calidad, y a Ernaux le sobra.
Detalla sus amores con el ruso, que entonces era soviético, especificando cómo al principio no es sino un calentón. Un calentón, eso sí, que requiere continuidad, igual, digamos, que cuando le pedimos a mamá que nos prepare unas migas porque sabemos que ella las hace exquisitas, y nos desesperamos si no nos las hace o nos falta esa madre buena cocinera. Pero un calentón que no espera envejecer juntos, de modo que calificarlo de amor es un tanto arriesgado. Repito, no exige continuidad, si bien, cuando esta se rompe, hace sufrir al que no se ha decidido a demandar la ruptura.
La forma diarística está escrupulosamente respetada y de veras el lector acaba creyéndose, si no se consideran ciertas pistas, que fue escrito en su momento y años después, Ernaux no tocó ni un ápice. Están las esperas, la inquietud adolescente (ella tenía 48 años cuando tuvo su aventura) por la llegada del amante, los preparativos, los prolegómenos amorosos, algunos detalles cercanos al Kamasutra, perdiéndose en la pasión, a veces con una falta de pudor que manifiesta sin recovecos la sexualidad femenina sin alharacas feministas. Lo conoce en Leningrado, actual San Petersburgo, y lo ve en París, en Italia, de nuevo en Rusia. También el distanciamiento y el nuevo capricho por otro hombre están descritos con eficacia. Ernaux ha sido propuesta para el Nobel. Toda su obra es interesante, apasionante, demoledora.