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PUNTOS DE FUGA, de Rosa Romojaro

Por Fuensanta Martín Quero

Puntos de Fuga

Rosa Romojaro

Editorial Renacimiento (Sevilla, 2021)

En unos versos del poema «Entre irse y quedarse», de Octavio Paz, sobre la contemplación del instante cotidiano se dice: «Todo es visible y todo es elusivo,/todo está cerca y todo es intocable». Es eso precisamente lo que, a primera vista, se aprecia en Puntos de Fuga, de Rosa Romojaro. Un libro que está escrito a partir de anotaciones que su autora fue vertiendo en pequeños trozos de papel durante un periodo aproximadamente de quince años y que constituyeron esos «puntos de fuga» visibles como instantes congelados en esos fragmentos mediante la palabra escrita, pero también elusivos en tanto que soslayan su individualidad temporal para construir una urdimbre, un tejido en el que se sustenta una historia ficcional cuyo tiempo deja de ser el de la autora y se traslada al del personaje/narrador(a). Razón por la cual la cercanía de las vivencias reflejadas en esos trozos de papel se difumina cuando el momento presente las deja atrás y se vuelven intocables, aunque completamente asequibles en la obra literaria que nos ocupa. El instante así retenido durante años se reconstruye en la imaginación de su autora y se transforma en ficción.

En la introducción del libro, denominada «Confidencias con el lector», Romojaro nos ofrece una panorámica sobre cuáles fueron las circunstancias que de forma genérica dieron pie a escribir esas notas «que guardaba en el bolso, al salir de casa, o en un bolsillo del abrigo o la chaqueta» (pág. 11), y que posteriormente transcribió en un «grueso cuaderno de pastas duras y floreadas» (pág. 11) que un amigo le trajo de Alemania. De ahí el subtítulo del libro («Cuaderno de Alemania»). Acontecimientos cambiantes propios de los seres humanos, el ajetreo diario, la pérdida de la vivienda del ático (entendida no solo como lugar sino como símbolo de libertad y encuentro personal) y la búsqueda de otra, así como los vaivenes de la cotidianidad dentro de un contexto urbano, dan muestra de que estamos ante un libro que constituye un reflejo de la época en la que vivimos con los condicionamientos característicos de una sociedad moderna. Manifiesta Rosa Romojaro en la introducción, que esos «papelitos» «fueron mi vía de escape, como diría Granham Greene, lo que me salvó de la pérdida de mi casa cerca del cielo y con ello de la pérdida de la libertad que allí había conseguido» (pág. 12). Existe una permeabilidad entre autobiografía y ficción, cuyos límites se difuminan en el libro. El deseo de huida viene ya anticipado en las dos citas previas al texto, sobre todo una de Peter Handke («Entrevista», El independiente, 6-5-90): «No hay nada más hermoso que la sensación de escapar». El propio título de esta obra es expresión de lo mismo.

El libro se estructura en tres partes que son coincidentes con tres etapas diferenciadas vividas por el personaje/narrador(a). La primera de ellas se sitúa a finales de los años 80 del pasado siglo: «ACABAN LOS 80. Trozos de papel para unir trizas». Hábilmente la autora utiliza un juego de palabras con dos vocablos (trozos/trizas), cuyos significados se refieren a fragmentos de algo, pero expresados con matices diferentes porque el segundo de ellos alude más bien a las vivencias y a los instantes reflejados en los trozos de papel. Esta parte se corresponde en cierto modo con la introducción o planteamiento de una estructura tradicional narrativa. El nudo o desarrollo se visualiza en la segunda,  en la que se entra de lleno en la problemática planteada a través de la catábasis (descenso) e inmersión en la misma, en tanto lo que se refleja en la tercera es el desenlace de la historia. A través de esos fragmentos narrativos que constituyen los pensamientos y observaciones con gran carga subjetiva de la narradora se nos presenta un ambiente urbano en el que se desarrolla su vida, con sus anécdotas cotidianas, sus desengaños y con una mirada hacia cuanto le rodea que se proyecta en cierto modo gris: «Es como si la belleza se hubiese escapado de las cosas» (pág. 25). El ruido de la ciudad, habitual en las urbes actuales, contribuye a la carencia de sosiego, experimentado como un elemento extorsionador más. Con todo ello, siente necesidad de espacios abiertos frente «a la opresión de hormigones y asfalto que ahora la constreñía» (pág. 34). Se menciona la pérdida de la casa y el descenso físico y emocional: «Ella perdió su casa. Y bajó a la jungla de las casas sombrías, llenas de ruido. Peregrinajes. Casas sin horizontes» (pág. 33), «Ya perdí mi sitio, ya perdí la naturaleza. Mi naturaleza» (pág. 43). Como consecuencia de todo esto aflora la necesidad de huida: «Salir, no dejar de salir, para salir de uno mismo» (pág. 35).

Tras la presentación de la historia en la primera parte, la segunda, titulada «EN LOS 90. El descenso de la casa del cielo (la catábasis) al infierno del asfalto y de las vanidades: Notas de huidas», se entra de lleno en ese descenso (o catábasis) vivencial del personaje/narradora. Se insiste en la añoranza de su casa del ático, en tanto se produce un peregrinaje a otras viviendas que no le satisfacen («En la casa última no hay reflejos», pág. 48). Es presa del agotamiento derivado del exceso de trabajo y de los «disgustos interiores». Los pensamientos pesimistas afloran, así como el exceso de sensibilidad.

El desenlace se resuelve mediante un movimiento inverso al anterior y se narra en la última parte del libro: «ENTRADO LOS 2000. De los lugares del desengaño a la vuelta (la anábasis) al origen. Señales del regreso». En esta, las anotaciones suelen ser más extensas que las anteriores, apareciendo a menudo como breves relatos. Se cuentan anécdotas, observaciones; afloran muchas reflexiones de diferente índole incluyendo las de carácter literario, lo que provoca que su lectura sea un auténtico deleite; y con frecuencia se insertan fragmentos de sus colaboraciones de prensa. Se produce una transformación del tono empleado, desde el pesimismo que se manifestaba en las anteriores partes hasta una percepción de la realidad de mayor sosiego y una recuperación de la alegría, de la belleza y del color de cuanto le rodea, aunque no de forma absoluta, sino progresivamente. Y es que el «regreso» tiene su proceso porque, como dijo el escritor y pensador francés Paul Valèry: «Sólo hay una cosa que hacer: rehacerse. Y no es sencillo». En esta última parte se proyecta una mirada dirigida más hacia el exterior y liberada en buena medida de connotaciones intimistas.

Si la estructura narrativa responde a un esquema tradicional (planteamiento, nudo y desenlace), no lo es en absoluto el estilo empleado. A lo largo de todo el libro son las anotaciones realizadas en esos trozos de papel, que posteriormente la autora transcribió en el cuaderno de Alemania regalado por su amigo, las que van trazando el relato. Se cuentan anécdotas de la vida cotidiana: en taxis, en autobuses, en las calles; observaciones de comportamientos de personas y del contexto exterior urbano; sueños y coincidencias… La ubicación principal en la que se desarrollan los acontecimientos es la ciudad de Málaga. Se mencionan calles y lugares concretos frecuentados por ella, si bien la protagonista visita otras ciudades a las que viaja por algún fin concreto. Entre todas las notas del libro destacan las que expresan sus vivencias como profesora, primero de instituto y, posteriormente, de universidad. Llama la atención igualmente la ingente cantidad de  autores y libros que menciona, así como de films, que constituyen elementos ensayísticos introducidos en una obra narrativa como esta y que le otorgan cierto carácter híbrido en cuanto al género literario. Al mismo tiempo, las continuas referencias que la autora realiza sobre el proceso creativo de la escritura, sus anotaciones previas a algunas de sus obras (poemas, relatos, novela), sobre su poesía, su narrativa y sus publicaciones periodísticas dan muestra de la importancia de esa faceta suya en su modus vivendi y en su personalidad, al tiempo que traza de manera subliminal un hilo argumental dentro de la historia que se narra. Se nos presenta, pues, tres vertientes de la narradora/personaje: su mundo interior intentando encajar dentro de un mundo exterior urbano que con frecuencia constituye un obstáculo para su libre albedrío, el rol que desarrolla como docente y su importante faceta como escritora. Tres vertientes que son inseparables y que la definen. Así pues, lo cotidiano y lo trascendente se entremezclan en esa sucesión de anotaciones que constituye el cuerpo narrativo del libro, de tal manera que, tras la lectura de cada una de ellas, se suscita un interés por conocer qué dirá la siguiente. Romojaro consigue crear así la tensión narrativa que hace que el lector(a) busque saber qué viene después.

En ese paréntesis de aproximadamente quince años se produce una evolución en la mirada de la narradora en el sentido ya indicado, cuyo fondo humano deja abierto al lector/a en forma de vivencias, de reflexiones y de conocimientos, de tal manera que resulta palpable. Se percibe su proximidad con este/a porque lo que se narra es un contarse a sí misma (autora) en un primer momento cuando aún no estaba creada la obra, y un contar (narradora) a la persona que lee tras la publicación del libro, creando así un espacio de confidencias entre ambas similar a lo que sucede en el género lírico. La historia exterior extraída de los fragmentos se relata paralelamente a una historia interior riquísima en matices y humanamente cercana. Puntos de fuga es un libro envolvente en cuanto al contenido y original respecto a la forma como narrativa fragmentada creada mediante microtextos aparentemente inconexos entre sí. Fragmentos que tienen su significación individual propia e independiente y que, sin embargo, están dirigidos a otorgar cuerpo a la totalidad de la historia. La suma de esos fragmentos va creando una atmósfera de la cual emana el discurso narrativo que no se presenta abiertamente sino que el/la lector/a debe descubrir. Al mismo tiempo, esta obra, al estar construida mediante pequeñas teselas textuales, utiliza una técnica que es novedosa y propia de Romojaro y que recuerda de alguna manera las pinceladas del movimiento pictórico impresionista del siglo XIX: trazos breves, sin importar que de forma individual no se ajustaran a un modelo real (percepción subjetiva), pero que en su conjunto completaban una imagen. Rasgos que se perciben en este libro. Todo ello demuestra una pericia en la composición del mismo y una capacidad creativa con estilo propio que evidencia que Rosa Romojaro, escritora prestigiada por un elenco importante de premios literarios y reconocimientos, no solo aborda géneros diferentes (poesía, narrativa, ensayo, textos periodísticos), sino que nos presenta con Puntos de fuga (Cuaderno de Alemania) una forma de narración novedosa que solo puede partir de una gran escritora cuya creatividad resulta manifiesta. ¿Un subgénero tal vez? ¿Un tipo de narrativa fragmentada e impresionista que inaugura una nueva forma de novela? Solo queda ponerle nombre. El camino ya está iniciado.