Por José Sarria
“Ecos espirituales”
Concha Ortega
Ediciones en Huida (Sevilla, 2022)
Los verdaderos poetas nunca han rechazado el contraste con los temas eternos del hombre: Dios, muerte y amor (al decir de Ramón Pérez de Ayala).
Cuando la moda imperante de nuestra sociedad es abundar en lo epidérmico, transitar de lo inmediato a lo efímero y elevar a los altares a la Diosa razón, los poetas se han empecinado en proseguir su diálogo con lo que existe mucho más allá del simulacro. No hay que olvidar que la poesía nace en forma de pregunta sobre las claves del misterio cósmico y que intenta descifrar, a través de la imaginación del poeta, la senda que nos trasciende mucho más allá de lo explicable, estableciendo un debate entre consciencia e iluminación. Y es esto, precisamente, lo que brota de cada una de las precisas construcciones métricas que conforman el magnífico y bien elaborado poemario, “Ecos espirituales”, de Concha Ortega.
Escribía Antonio Machado que: “algunas rimas revelan muchas horas gastadas en meditar sobre los enigmas del hombre y del mundo” y es esa la razón última que explica el hecho poético de nuestra autora: su voluntad de conocimiento, de búsqueda, de indagación del sentido finalista de las cosas y de los acontecimientos cotidianos.
Mientras la poesía contemporánea se ha entregado a la banalización de lo inmediato y mientras se va cayendo en un abismo sin fondo donde esta es arrastrada hacia la trivialización y la vulgarización, Concha Ortega se aferra a la tradición y al sesgo clásico que, siguiendo las palabras de Valle Inclán (“sólo las obras cargadas de tradición están cargadas de futuro”), son el único cabo que da la certeza de hacer una obra duradera e inmarcesible.
Tiempo, reflexión y reposo, se engarzan armónicamente en el texto, porque la poesía es una revelación, no un negocio; y de ahí precisión, intensidad expresiva marcada por la exigencia de la forma, fascinación por la palabra exacta y un planteamiento temático nuclear: entender al hombre como centro de su universo creativo, con dos afluentes que caudalizan el océano de su obra: Dios y el amor.
“Ecos espirituales” no es un tratado de fe, ni un texto religioso. No espere, por tanto, encontrar el lector respuestas definitivas o verdades dogmáticas. Con un discurso sereno, cadencioso, rítmico (“el ritmo es lo más importante para cualquier poeta”, según Mahmud Darwish), el texto embaraza una semilla connotativa con definitorias claves de reflexión, para compartir la posibilidad de un mundo que trasciende a lo meramente consuetudinario. Y este es el milagro, el ónfalos de un libro espléndido, donde la autora demuestra que ha llegado a entender la poesía como una fuerza interior, desbocada, irracional, en contradicción con la cotidianidad, en clara superación del acontecer más común; poesía que no es en manera alguna descripción de los hechos, sino luminaria del mundo.
Toda la poesía de este libro está cargada de un “misticismo existencialista”, en el sentido de involucrar a Dios en una reflexión intimista del propio ser acerca de su existencia y de su destino. Dios estará presente sin ser nombrado. Dios. Se hará presente en la muerte, en el paso implacable del tiempo, en la alegría, en la memoria, en la oscuridad, en el dolor, buscado en un mar de dudas o escondido entre los misterios; y de fondo, siempre, el ser humano, convirtiéndose el hombre, quizá, en la gran preocupación de nuestra poeta; el hombre como ser en la tierra, con sus grandes dilemas, con sus interrogantes y contradicciones, presentando el combate interior como formulación para vencer a la propia existencia.
“Ecos espirituales” es, en definitiva, un poemario que apuesta por la belleza convertida en palabra o por la palabra que se transmuta en belleza. Ajeno a las corrientes que impone la moda o el gusto transitorio de lo coyuntural, Concha Ortega ha tomado la firme decisión de crear una obra duradera, perdurable, una joya preciosa que se ha ido labrando con el paso del tiempo, sin prisa, lentamente, con la paciencia de un maestro artesano.
Mientras leía estos “Ecos espirituales”, escuchaba de fondo la voz de María Callas en su, ya eterna, interpretación de “Madame Butterfly”: belleza y armonía. La misma belleza y armonía que a lo largo de la historia han encontrado muchas generaciones en el Adagio de Albinoni, La Tempestad de Giorgione, las columnatas romanas de Bernini o el Fausto de Goethe, y que el lector descubrirá en este imprescindible texto de abisal reflexión existencialista.