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UNA METÁFORA EXISTENCIAL EN “MEDIDAS CAUTELARES” DE JOSÉ MARÍA MOLINA CABALLERO

Por Ana Herrera

Medidas cautelares

José María Molina Caballero

Ed. Ánfora Nova. Rute, 2021

En una entrevista realizada el pasado 29 de diciembre de 2021 en diario Córdoba por Pilar Montero declara José María Molina Caballero que su relación con el ámbito jurídico siempre ha sido muy estrecha debido a que en su propia familia y entre sus amigos muchos de ellos desarrollan su labor en este espacio profesional. Quizás este sea el motivo principal por el cual su último libro de poesía lleve por título Medidas cautelares. Lo mismo sucede con los títulos de la mayor parte de los cuarenta y dos poemas que conforman la obra, agrupados en cuatro apartados más un introito y un epílogo de un poema cada uno. Declara además que están escritos en endecasílabos blancos porque en este metro ha encontrado el soporte formal adecuado a los ritmos y cadencias que más le gustan e interesan. Particularmente, creo que el autor se siente cómodo con el endecasílabo que maneja ya de manera magistral. Quiero recoger aquí también la opinión del prologuista, Antonio Cruz Casado, que afirma que el texto una vez entregado al lector, puede tener tantas interpretaciones como receptores haya, casi todas válidas. En base a esto, con lo cual concuerdo, expresaré mi humilde interpretación de una obra cuyo fondo intelectual, filosófico y vivencial es extremadamente profundo. El poemario en sí encarna una metáfora existencial que representa el camino real de los seres humanos que se transmuta en un proceso judicial donde se erige en juez la propia vida, donde la voz lírica asume a la vez el estado de condenado y testigo y donde las medidas cautelares son las alas que nos protegen ante el hecho cotidiano de vivir. Quizás el acto de escribir, la propia poesía, para Molina Caballero, sea una medida cautelar. La sentencia final es la muerte. El miedo acecha tras nuestros pasos, aun así, un halo de esperanza se asoma a la mirada del poeta. Esta manera de sentir, sin embargo, no es solo inherente al autor, es la certeza del mundo, de la colectividad, de alguien más que ha visto truncados sus sueños (“sueños rotos”) en algún momento de su paseo terrenal, y entre esos tantos me siento incluida. En una ocasión me comentó el autor que uno de sus poetas preferidos era Mario Benedetti, ahora ha sido elegido para abrir las puertas de su poemario en la cita “El más triste es el llanto de ojos secos…, y es que el llanto, cuando no afloran las lágrimas, cuando los ojos se han secado y ya no se puede llorar más, se siente en lo recóndito del ser. La otra cita introductoria es de Philip Larkin: “Somos espigas que ven caer el grano hacia diferentes destinos”, pues cada uno de nosotros marcará sus pasos sobre el asfalto y ellos te conducirán por tu presente y por tu futuro. Otros referentes literarios que aparecen como citas de autoridad encabezando los textos a lo largo de la obra son Álvaro Mutis, Ángel González, Luis Cernuda, Cesare Pavese, Jorge Luis Borges, Emily Dickinson y Fernando Pessoa.

En el “Introito” aparece un poema de catorce versos de arte mayor -el citado endecasílabo- distribuidos en dos cuartetos y dos tercetos sin rima, es decir, un soneto. En él se establece un monólogo dirigido a un tú que puede ser la personificación del sufrimiento – como bien apunta Torralbo Caballero en su magnífico comentario crítico- o quizás la personificación de todo un pasado, con lo bueno y lo malo (“la brisa, la lluvia y la tormenta”) que el tiempo va dejando atrás (“Tempus fugit”) para adentrarse en el presente y el futuro, en ese proceso judicial metafórico que hay que comenzar y enfrentar con unas “Diligencias previas”.

Comienza pues el primer apartado, “Primeras medidas”, que lleva por subtítulo “Los pulsos trasgresores de la sangre”. Se dejan ver los poemas no estróficos, algunos con un pareado final; otros, organizados en cuartetos y otros en sextetos con versos paralelos al inicio de cada estrofa: “Solo busco un lugar… /Solo busco un lugar… / Solo busco un lugar”; “Tengo facilidad para viajar … / Tengo facilidad para mentir… Tengo facilidad para soñar… / Tengo facilidad para esconderme… / Tengo facilidad para ocultar”. Las metáforas, las personificaciones y los encabalgamientos se hacen dueños de estas líneas. Entre las primeras: “Mis dedos de ceniza”, “La pleamar de tu sonrisa”, “Los suaves cristales de tus pestañas”, “El metal afilado de tus labios”, y muchas más. Las referencias a las partes del cuerpo contribuyen a la personificación de los elementos señalados, conseguido también con una terminología que hace alusión a las relaciones humanas: “Fuego amigo”. Los recursos de personificación que contribuyen a la recreación del texto poético son: “La voz de tus pasos”, “Tu vida se desliza”, “los poros de nuestra pesadumbre”, entre otros. La adjetivación se muestra de forma más leve, pero no menos necesaria y embellecedora: “frente marchita”, “suaves cristales”, “seda blanca y fría”, “mirada asesina”, hoscos cuchillos…”. Al tiempo, vamos percibiendo un campo semántico que representa una circunstancia de peligro que acecha a la voz lírica, que se ve obligada a competir contra la derrota. En esta lucha desesperada, como el “Testigo protegido”, solo ansía la paz y el descanso, un lugar donde llorar en libertad y donde los sueños -término al que se recurre incesantemente- iluminen el camino. Sin embargo, esa lucha no está exenta del miedo (“Los vértices del miedo”) con el que hay que aprender no solo a convivir, sino también a sobrevivir en la esperanza de un tiempo nuevo y mejor. El sujeto poético presiente pues la caducidad de la vida que forma parte de todo lo que es esencia terrenal, estableciendo una conexión, a modo de crítica social de la sociedad materialista, carente de valores, con los elementos de nuestro entorno, los artículos selectos, los descuentos, las crisis, la tarjeta de impagados, el viaje al Caribe, los presupuestos…, para llegar a una conclusión desoladora: “Tan solo somos muertos que vivimos”. Esa crítica se extiende al mundo capitalista en el poema “Los paraísos imposibles”. Como el “Servicio a domicilio”, muy demandado en nuestros días y donde todo se vuelve comodidad, ahora el poeta demanda, pide, solicita, ruega en grito abierto por la facilidad para viajar entre sus emociones y sentimientos, para la búsqueda de la felicidad, -“Carpe diem”-, para transmutar las mentiras en belleza y “Ocultar el dolor de mi sombra mutilada”. Su esfuerzo por apreciar la belleza del mundo es encomiable y esperanzador. Un punto de encuentro con el deseo oprimido, la pasión y el erotismo se asoman a estas páginas no vacías de ausencias, nostalgia y propulsión al lamento, siempre teñidas de un tono metafórico: “Y la paz quebrantada por las olas / del naufragio que te rompe sin tregua” (sirva también de ejemplo de los numerosos encabalgamientos).  

“Segundas medidas: Las sombras rotas de la desmemoria”. Está escrito este capítulo en varios esquemas métricos: poemas no estróficos, pareados, tercetos, cuartetos, quinteto, sextetos y septetos, a veces, combinados entre sí. El sujeto poético persiste en la angustia vital que le produce el paso del tiempo y la acechanza de la muerte -un tema recurrente a lo largo de los siglos-: “Del tiempo que nos rompe sin aviso / […] / la muerte nos acecha y nos somete”. Pero un halo de luz se asoma a sus ojos: “Como me gustaría ver con los ojos / recargados de luz”, porque como dice la sabiduría popular, “La esperanza es lo último que se pierde”. A pesar de eso, se desestabiliza el perfil de los sueños: “La carta de los sueños se nos cambia”. La memoria se pierde en el olvido y el ser humano aprende en la distancia temporal a aceptar sus errores. Este pensamiento no puede ser sino fruto de la madurez del sujeto poético que a medida que crece el tiempo gana en sabiduría y experiencias. No obviemos las bellas metáforas, que son como el armazón de acero de la poesía: “Los mapas de los sueños”, “La distancia es un mar transparente”, “La piel de nuestras huellas”, “Sus labios de alabastro”, “Y mis manos de nácar” … Se mantiene de manera continua el afán de personificar: “Los caprichos de la vida”, “La mentira tiembla sin consuelo”, “El fracaso de la luz descalza / de sus pasos”. Al igual que el preso que cambia su estado a libertad condicional, concluye la voz poética que la vida es un camino incierto de ida y vuelta. En el recuerdo del poeta se recrean los acordes de la música amada que ahora vuelve a él en sus lugares cotidianos, delante del sillón del dormitorio, o encima de la mesa de estudio, y que es la fuente de su inspiración. Es la música, que alimenta su evocación, la que le ayuda a componer y le sirve de consuelo: “Con sus sones alegres desconozco / los sabores del llanto y la derrota”. El recurso del paralelismo poético arranca de nuevo en estos versos dedicados plenamente a la memoria, donde “Nos cuesta recordar el miedo”, donde “Nos cuesta rechazar las ilusiones”, donde “Nos cuesta calibrar lo vivido” y donde “Nos cuesta mucho darle tiempo al tiempo”. Ante la confusión del presente visualiza la vida como un sueño (“Nuestra vida es un sueño”) en claras reminiscencias calderonianas: “Qué toda la vida es sueño, y los sueños, sueños son”. Una sutil mirada al mundo del capitalismo, cuna de las mentiras del presente, son las referencias al “Rescate” y “Al asunto Lehman Brothers” de la famosa compañía financiera estadounidense. Es porque la voz crítica del autor no se apaga ni en lo más profundo de la angustia. “Quién sabe si los sueños nos redimen / […] / Quién sabe si los sueños nos cobijan”, porque es así como la voz poética confía su esperanza a los sueños para cerrar el camino de las sombras.

“Terceras medidas: En las raíces desnudas del fracaso”. Se mantiene la línea de los poemas no estróficos, pareados, tercetos, cuartetos, quintetos, septetos, octavas y décimas combinados libremente. La riqueza metafórica y el paralelismo (“Caminas por la vida laberinto / […] / Caminas por la vida con tu rastro / […] / Caminas sin dictados ni lamentos”, siguen brillando en estos renglones de extraordinaria belleza y profundidad filosófica que, a la vez

, siguen conservando su unidad temática. El pasado sigue nublado   por las sombras de los errores, las culpas, las promesas malgastadas (el delito) que conducen a un precipicio de soledad y miedo donde la única tabla de salvamento es, dentro de esta metáfora existencial, el recurso de apelación y, en el plano real, “la tenue luz” de la esperanza: “Quizás tus sombras logren recobrar / el color vertical de la esperanza”. La reflexión, la cautela, la resistencia y el ánimo son de nuevo las “medidas cautelares” para afrontar las “Contraindicaciones” que surgirán a lo largo de ese camino vital donde está prohibido el olvido (“El olvido es la cruz de tu fracaso”) y tolerado el discernimiento (“Y recuerdes las sombras que te afligen”). El sujeto lírico se asienta en la memoria de la infancia en la dualidad paraíso / infierno como el “Pozo más profundo / que habita el interior de nuestras almas”. Su camino es como “La ruta del caracol” que atraviesa laberintos empapados de rastros donde “Al acabar el día te renuevas”. Quiero traer aquí este fragmento exquisito, maravilloso, del poema “Acto de contrición” donde el sujeto lírico rememora los años de su niñez: “Las historias con el viejo caballo / de cartón piedra que cabalga sobrio / por horizontes de palabras nuevas / y adultas, con juguetes de colores. / […] / A veces me veo con aquellos años / y el gastado caballo de cartón, / con los juegos surcando los rincones”. Qué gozo para el poeta recordar entre juegos que era un niño. En cierta ocasión escribí sobre los recuerdos infantiles de otro niño y el mágico caballo de una época cobró vida en aquellos pliegos: “Él jugaba con los otros niños y los dejaba acariciar con cuidado su bonito caballo de cartón”. En sublimes versos de fidelidad a la memoria, el autor conduce su mirada crítica hacia las actitudes no ecologistas modernas cuando compara los efectos del tiempo con un fuego arrasador de bosque y árboles que sucumben ante “la mano asesina”. Así, cuando el tiempo arrasa, solo queda la nostalgia. Se detiene asimismo en un pensamiento sobre las injusticias que nacen a lo largo de la historia fruto de los errores humanos y lanza una llamada de atención contra la desmemoria como la única manera de vencer a nuestro propio engaño: “Prefiero no olvidar los atropellos / de seres asfixiados por el mundo/ con sus sombras de raudos sinsabores. / Los designios de la derrota forjan / el engaño que nos brinda la vida”. Molina Caballero conecta pues con la corriente actual de “Humanismo solidario” muy en boga entre los artistas contemporáneos. Ante las heridas que sostienen las sombras solo queda pedir una “Orden de alejamiento”, posiblemente en el deseo de abrazar en quietud y calma el momento presente.

“Cuartas medidas: los destellos del tiempo vulnerado”. Está escrita está parte completamente en octavas. Se adentra de nuevo el poeta en el fondo del olvido, analizado desde la incertidumbre que se siente ante la falta de control que poseemos frente al olvido. Como quien esculpe una estatua, “Esculpimos los gritos de la vida”, expresa el sujeto lírico en esta sorprendente metáfora, pero ¿qué olvidamos y cuándo? Al ser humano le es imposible elegir. En ese trayecto de vida los sueños van quedando atrás mientras que la pesadumbre penetra en lo arcano de la existencia. Las sombras están heridas, la nostalgia se cubre de silencios, el miedo se muestra amenazante, la casa tiene las paredes desnudas, las horas se vuelven agrietadas “En las orillas del mar de mentiras”; ¿qué queda?: “Tus ojos indecisos comparecen / como testigos ciegos de las sombras”. La resignación, la aceptación, la última luz prendida en el camino se tornan en la única promesa asumible mientras la causa siga abierta. El poema que citamos, del final de estas páginas, marca la voz sublime de la esperanza cuando todo se convierte en desolación y derrota; es un canto maravilloso que cala en la conciencia del lector como una suave brisa marina:

Recuerdo el tiempo como el son de un río

donde la muerte fluye cada día,

con el canto perenne de las aguas,

que deshojan los pétalos del sueño.

En el bosque de tu mirada tenue,

ves el suspiro de una mariposa,

y los surcos de la sangre que mana

de la bruma de sus alas de seda.

Palabras envueltas por el corazón de la metáfora, donde, junto al vuelo de la mariposa, todo fluye, el tiempo, el río, las aguas, el sueño, la mirada, el suspiro, la sangre y la muerte, pero donde cada día, como el Fénix, todo renace. En definitiva, la vida sigue cuando se arropa con las “Alas de seda” de la esperanza.

“Epílogo: La luz inapelable de tus pasos”. Se cierra así el último capítulo de este extraordinario libro con un texto no estrófico que acaba en pareado final: “La vida pende de un hilo delgado / que nos nutre, nos guía y nos devora”. Poco más podemos añadir a lo dicho. Este sea probablemente el mensaje final. Vivir es atravesar un laberinto de calles que se cierran y se abren o que pueden quedar selladas para siempre en lo más incierto del viaje.

Como afirma José Vélez Nieto en su contundente crítica “El poeta se defiende de sí mismo, en un espejo a cielo abierto en su diligencia previa”. También aparece como conclusión del excelente prólogo, ya citado, la siguiente cita de José Sarria: “Resulta reconfortante y esperanzador encontrar una poesía tan esencial y necesaria como la de José María Molina Caballero, que nos vuelve a entroncar con las grandes cuestiones de siempre”. Efectivamente, una poesía universal y atemporal.

Tras la lectura de un poemario que mantiene su unidad estructural, estilística y temática, y que alcanza la genialidad de una voz, damos la enhorabuena a José María Molina Caballero por este legado que sorprende y emociona, que embellece el corazón ajeno, que en lo eterno del verso y la palabra volará, volará, volará sobre un cielo infinito de miradas.