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UN MAR VIOLETA OSCURO

A lo largo de tres generaciones de mujeres, más la protagonizada por ella misma, esto es la biznieta, va desgranando el retablo de unos personajes irrepetibles, con una inusitada brillantez expositiva, y donde hay lugar para todo: la pasión y la muerte, el dolor y el gozo, la alegría de vivir y la tristeza inconsolable del paso del tiempo.

Por Antonio Enrique

Ayanta Barilli

Un mar violeta oscuro

Barcelona, Planeta, 2018

Probablemente el lector haya comenzado con reticencia este comentario, por tratarse de una novela galardonada con un premio que tiene, a lo largo de su trayectoria, más de comercial que literario. Es la reticencia con la que, por lo mismo, yo emprendí su lectura. Pero tres, cuatro páginas me bastaron para cambiar el rumbo. Ayanta Barilli es ágil, precisa, elegante en su escritura; pero algo más, seduce, es una escritora cuya primera virtud, incluso literaria, consiste en la empatía. No va a por el lector, directamente lo abraza.

   A lo largo de tres generaciones de mujeres, más la protagonizada por ella misma, esto es la biznieta, va desgranando el retablo de unos personajes irrepetibles, con una inusitada brillantez expositiva, y donde hay lugar para todo: la pasión y la muerte, el dolor y el gozo, la alegría de vivir y la tristeza inconsolable del paso del tiempo. Eje argumental de esta trepidante cuanto a ratos divertidísima sucesión de hombres y mujeres que encarnaron en esta familia es el segundo eslabón, Ángela Barilli, de la que su nieta Ayanta recaba la memoria familiar. Era Ángela hija de Elvira Melloni, casada con Evaristo Spagnoli, apodado Belcebú, hijo a su vez de Matilde y Gregorio, dos hermanos. A Elvira le merodea la demencia, la cerca la soledad y la asola el miedo; y su unión posterior con el Teniente no hace sino agravar su desgracia. Hubo un hijo de este, Stéfano, y tres del primero: Bruno, que terminará en los desiertos de Libia, Arnaldo, en Mauthausen, y la propia Ángela, a quien su diabólico padre nunca reconoció, quien al casarse con Cécrope, trae al mundo a Carlota y Caterina, madre esta de Ayanta.

    Un mar violeta oscuro hace referencia al tumor que invadió el cuerpo de Caterina. Las páginas a ella asignadas son de una emoción tan honda y sentida que conmueven, con el interés añadido de las alusivas a su padre, el escritor Fernando Sánchez Dragó. Estructuralmente, la novela presentaba el desafío de acoplar los testimonios alusivos a Elvira, rescatados del manicomio donde fue encerrada, y la propia Ángela, a la acción en primera persona, con el contrapunto de la búsqueda de esos papeles por Ayanta. Una primera persona que corresponde a tres voces, más la predominante de esta última. Orquestarlas con armonía ha sido un logro conseguido. Y más aún lo ha sido la plasmación de atmósferas, así como su inventiva fértil y dinámica. Pues pertenece la presente novela a lo que podría englobarse bajo el marchamo de “memoria-ficción”, género tan innovador como infrecuente en nuestra literatura, en la que lo verosímil sirve de cañamazo a la ficción de lo “real maravilloso”. Pues a trechos nos parece estar dentro del fabuloso mundo macondiano. Tres generaciones de mujeres es tema recurrente en la novelística (Amy Tan, sin ir más lejos), pero la soltura que se ha conseguido y el pálpito humano tan cercano, y muchas cosas más, hacen de esta novela una experiencia cercana a lo mágico.