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A PUERTA CERRADA

Y eso convierte la vida cotidiana en el infierno de la lucha entre el yo íntimo (el ser) y el yo social (el aparentar ser).

Por Remedios Sánchez

Luis García Montero
A puerta cerrada
Madrid, Visor, 2017

Con sus últimos dos poemarios resulta evidente que la poética de Luis García Montero inicia una etapa diferente en su trayectoria. Si en Balada por la muerte de la poesía se lamentaba por la muerte del género poético ahora el granadino da un paso más en ese intentar defender la identidad, el yo, frente a las estructuras social-capitalistas que lo desdibujan. En esta obra, lo primero que llama la atención es su título, claramente un homenaje intencional a Sartre y a su obra homónima. Pero mientras en el drama sartreano “el infierno son los otros”, aquí el infierno está en el yo, en ese vivir en un mundo de apariencias ocultando la propia identidad, en ese pánico al vacío que obliga a ponerse careta.
Y eso convierte la vida cotidiana en el infierno de la lucha entre el yo íntimo (el ser) y el yo social (el aparentar ser). Partiendo de esta dualidad fruto del inconsciente colectivo, García Montero usa la imagen y la metáfora desde un yo asumible por la colectividad como ficción creíble socio-históricamente a fin de erigir una obra temática y formalmente unitaria con la que el poeta busca que el lector tome conciencia de hasta qué punto nos estamos destruyendo en un tiempo, el de las posverdad, que ha convertido la mentira, el postureo, en consigna de vida. Ahí llega la cólera que encarna ese lobo sartreano con el que convive en el poemario, ese otro que es la otra cara de la moneda del personaje poético, “los ojos encendidos por detrás de los muebles”; pero también la certidumbre porque “el lobo es un camino de ida y vuelta”.
Por eso García Montero se ha encerrado consigo mismo, como los personajes de Sartre, indagando desde su yo lúcido, en la condición de una sociedad que ha permitido que le roben los sueños y la arrastren a una crisis que trasciende lo económico. Estamos ante una obra cargada de preguntas hondas, amargas, por momentos seco, melancólico y claramente necesario en este tiempo de crisis de valores, pero con un reborde de fe en las posibilidades infinitas si existe un compromiso social para cambiar la realidad en que vivimos. Por eso, si la poesía es un estado de ánimo, el ánimo de García Montero (“padre de mundos libres/poeta y perdonado” como dice en ‘Epitafio’) no pierde la esperanza de la necesaria rehumanización, de convertir la poesía en una forma de rebeldía para hacer resurgir al ser humano y su verdad de las cenizas. Aunque por ahora “la verdad se infecte y no nos baste con tener razón” como le sucede al lobo.